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La primera actuación del tripartito catalán fue explicarnos la situación agónica de la Hacienda autonómica. La segunda, dejarse un dinero en una campaña institucional para que la vecina del tercero y el chico del carrito de los helados desempolven sus conocimientos de Derecho Constitucional, Administrativo y Tributario, además de Internacional Público y Normativa Foral. El objetivo del dispendio es que emitan dictamen ante las disputas doctrinales que enfrentan a las distintas corrientes de juristas y fiscalistas. En concreto, esperan que fijen los criterios de eficiencia y eficacia del reparto competencial en el seno un Estado moderno. Porque ésa, aseguran, es la causa última de que hayan corrido a una agencia de publicidad para poner unos cuantos cientos de kilos encima de la mesa del director.
 
Y no vaya a pensar el lector que han sido cicateros. Al contrario, la nueva Administración progresista ha regado generosamente de talones a periódicos, radios y televisiones con tal fin. Porque Maragall ansía sinceramente que los fundamentos del nuevo Estatut los redacten mi suegra y sus amigas de la partida de parchís; y que se los manden después por e-mail para que él lo presente ante el Parlamento. Y es que ya no dejan ser reina por un día como en aquellos aciagos tiempo del populismo demagógico del Régimen. Pero, por deferencia del tripartito, ahora cualquier hijo de vecino se codea con Montesquieu y Bodino gracias a un anuncio en TV3.
 
Lo malo es que a algún pardillo del Instituto de Estadística de Cataluña se le ha ocurrido preguntar a la gente qué opina del asunto. Así se ha descubierto que al noventa y seis por ciento de los catalanes nos trae sin cuidado la historia del nuevo Estatuto. Que nos da igual, vaya. Y que, sin embargo, andamos preocupados por las mismas tonterías que el resto de los españoles, como el trabajo o el acceso a la vivienda. La cosa es dramática, porque demuestra que tras un cuarto de siglo de esfuerzo pedagógico por parte de nuestros gobernantes, seguimos sin comprender qué es Cataluña. Que nueve de cada diez ciudadanos no sean capaces de compartir la máxima aspiración de la tierra que los vio nacer, acredita hasta que extremo trágico la forma de ser catalana es ignorada por los catalanes.
 
Y mira que Maragall nos insiste cada día con que hay “una manera catalana de ver el mundo”. Pues nada, que no lo pillamos. Practicamos, eso sí, una manera catalana de no comprar periódicos nacionalistas; por eso ha quebrado elAvui. Intuimos también cierta forma catalana de recalificar solares; sobre todo, cuando los del Forum nos cuentan lo bonita que es la paz. Pero con lo otro, no hay manera. Por eso, es urgente que destinen otro presupuesto millonario a una campaña de concienciación para contárnoslo otra vez. Es intolerable que a estas alturas el noventa y seis por ciento sigamos sin integrarnos.

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