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José García Domínguez

Rivera sigue equivocándose

El PSC está recuperando con rapidez las grandes bolsas de votantes que migraron en su día a Ciudadanos. Y sin Cataluña, recuérdese, no se manda en España.

El PSC está recuperando con rapidez las grandes bolsas de votantes que migraron en su día a Ciudadanos. Y sin Cataluña, recuérdese, no se manda en España.
Albert Rivera e Inés Arrimadas, durante una reunión de la Ejecutiva de Ciudadanos en Madrid. | EFE

Nadie alcanza la Moncloa sin Cataluña. Y nadie retiene la Moncloa sin Cataluña. Es una muy empírica ley de hierro contrastada una y otra vez a lo largo de los últimos cuarenta años de la democracia española. Porque el tamaño importa. Y mucho. Junto con el de Andalucía, el peso demográfico de Cataluña acaba siendo determinante en todos los procesos electorales de la península. Por eso resulta crítico lo que está ocurriendo con Ciudadanos en su lugar de origen. Y lo que está ocurriendo es un desmoronamiento. Su desmoronamiento. Ciudadanos, lo constatan todas las catas demoscópicas, se hunde en las cuatro provincias. De haber sido hace apenas un cuarto de hora el partido ganador en las autonómicas, los sondeos los sitúan en este instante postergados a la cuarta posición, con una expectativa de perder en torno a catorce diputados. Pues no sólo la Esquerra lograría situarse por delante, desplazándolos del primer puesto. También el PSC y los neoconvergentes estarían en disposición de superarlos ya en escaños.

Un perfecto desastre, y sin paliativos, cuyas causas políticas profundas se superponen con la insólita frivolidad superficial mostrada por los máximos dirigentes en Cataluña de un tiempo a esta parte. Una alegre frivolidad que tuvo su primera plasmación en la renuncia gratuita de la ganadora de las elecciones, Inés Arrimadas, a presentar su candidatura a la Presidencia de la Generalitat durante el proceso de investidura en el Parlament. Espantada nunca justificada cuyo efecto desmoralizador sobre el electorado fue el primer síntoma de lo que estaba por venir. Pero no quedaron ahí las frivolidades desconcertantes. Algo jamás visto ni en la política española ni en la europea, que el grueso de los dirigentes y cargos públicos de un partido decida trasladar su lugar de residencia a cientos de kilómetros de la demarcación en la que hasta entonces habían desarrollado toda su labor institucional, la desbandada encabezada por la propia Arrimadas en busca de nuevas salidas profesionales más cómodas y gratificantes en Madrid, ha dejado a Ciudadanos en Cataluña literalmente en cuadro. Acaso con la excepción del portavoz parlamentario, Carrizosa, el resto de los dirigentes actuales del partido en Cataluña podrían pasearse por las Ramblas sin ser reconocidos por ningún viandante. Son invisibles. Literalmente.

Porque no es que se haya ido la jefa. Es que se han ido todos. Un partido gana las elecciones en un sitio y al cabo de dos años la totalidad de sus dirigentes decide trasladar su lugar de residencia a otro sitio. Suena a broma. Parece un chiste de Eugenio. Hasta ahí, por lo demás, la epidermis. Pero un hundimiento de dimensiones bíblicas como ese que anuncian las encuestas no se explica solo por la mera epidermis. Tiene que haber algo más. Y es que, al igual que no se puede ser el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España, tampoco se puede ser el partido del electorado clásico del PSC, el socialdemócrata y castellanohablante de los distritos de la periferia de Barcelona, mientras en Madrid se compite con el Partido Popular por liderar el Bloque de Colón. Eso, simplemente, es incompatible. Tenía que estallar por algún lado. Solo era cuestión de tiempo. Dirigido por alguien inteligente como Iceta, siempre en las antípodas de la elemental simplicidad de un Montilla, el PSC está recuperando con rapidez las grandes bolsas de votantes que migraron en su día a Ciudadanos. Con gran rapidez. Y sin Cataluña, recuérdese, no se manda en España. Rivera sigue equivocándose.

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