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José García Domínguez

Sangre de horchata

Como cuantos en verdad poseen madera de líder, se sabía de memoria la primera lección del oficio: finge que la gente te importa. Sin embargo, los tecnócratas de Génova, amorfos espíritus de opositor con ríos de horchata corriendo por sus venas...

Resultó inevitable. Uno contemplaba a aquel varón circunspecto en el andén del aeropuerto, el gesto contrariado, cansino el ademán, ese aire inquieto, mirando de reojo el reloj, una y otra vez, sin cesar; impoluto el uniforme de señorito de provincias franco de servicio, así la raya del pantalón, exacta, impecable, como milimétrica la precisión del nudo de la corbata; el hastío presidiendo su semblante todo. Uno contemplaba a don Mariano, decía, y le vino a la mente la estampa épica del canciller Schröder. Botas de lluvia en ristre, la camisa arremangada, sudorosa la frente, manchado de barro como uno más; aquí y allá dando ánimo a la buena gente, siempre a su lado, hora tras hora, hasta el final. Huelga decirlo, cuando nadie daba un duro por él, ganó las elecciones.

También contemplaba uno el ramillete de favoritos, ése que prestaba escolta a Rajoy el día de autos, pensando si alguno repararía en la ocasión que estaban a punto de perder. ¿A ninguno se le ocurriría agarrar al jefe, arrancarle la chaqueta y los gemelos, arrastrarlo hasta la multitud, ponerle un café de máquina con el vasito de cartón entre las manos, y convocar allí mismo una rueda de prensa, codo a codo con las víctimas de aquella pandilla de mafiosos y saboteadores? Aunque la pregunta se revelaría ociosa al instante, cuando dirigente y dirigidos dieron en acelerar el paso con tal de tornar a la placidez del coche oficial antes de emprender rumbo a algún retiro lejos del mundanal ruido. Así, observando cómo se alejaban, uno no podía dejar de preguntarse de dónde deben salir esos tipos del PP.

Recuerdo a Jordi Pujol comiendo butifarra y compartiendo porrón con las asociaciones de tenderos, haciéndoles creer que era igual que ellos. Mandó veintitrés años. Y es que, como Schröder, como cuantos en verdad poseen madera de líder, se sabía de memoria la primera lección del oficio: finge que la gente te importa. Sin embargo, los tecnócratas de Génova, amorfos espíritus de opositor con ríos de horchata corriendo por sus venas... ¿De dónde los sacarán? Pero si una col de Bruselas transmite más empatía que la plantilla al completo de los maitines o como le llamen a la vaina ésa. Y pensar que van a ganar.

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