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José García Domínguez

Trump no ha muerto

Trump representa políticamente a millones de perdedores de la globalización que no van a dejar de existir de modo súbito porque deje la Casa Blanca.

Trump representa políticamente a millones de perdedores de la globalización que  no van a dejar de existir de modo súbito porque deje la Casa Blanca.
Cordon Press

Contra lo que sostiene el nuevo lugar común periodístico, quienes han expulsado a Trump de la Casa Blanca no han sido las minorías étnicas, encabezadas por negros e hispanos, sino los muy prósperos y satisfechos habitantes de las grandes metrópolis cosmopolitas e hipermodernas del país lideradas por la más rica, globalizada y pobladas por más millonarios de todas ellas, Nueva York. Al contrario, los territorios empobrecidos y apenas urbanizados de la América profunda, allí donde la decadencia de las antiguas clases medias se revela más cruda, resultan ser, y no por casualidad, las zonas donde menos entusiasmo ha suscitado en las urnas la pareja Biden-Harris; no, en absoluto por casualidad. Acaba de publicarse en la prensa francesa que el metro cuadrado se cotiza ya a 10.000 euros de media dentro del casco urbano de París. ¿Quién puede  pagar un millón de euros por un pisito corriente, de los de cien metros con tres habitaciones y un baño? En Nueva York, por su parte, es más caro. Y en el centro de Madrid, ahora mismo, en noviembre de 2020, “solo” cuesta la mitad, 5.000 euros. 

Hoy, el factor profundo que lo explica todo de los nuevos fenómenos políticos es la geografía. Tanto en Estados Unidos como en Europa, los buenos empleos, los que permiten acceder a una vida decente, se están concentrando, y de modo exclusivo, en las grandes metrópolis globalizadas; aquí, por ejemplo, solo en Madrid y un poco, muy poco, en Barcelona, nada más; fuera de sus muy limitados perímetros metropolitanos de influencia, siempre otro país muy distinto, el angustiado a causa de los ubicuos procesos de desindustrializacion en Occidente como consecuencia de la globalización. Pasa en Estados Unidos, en Francia, en el Reino Unido, en Italia, en España, en todas partes. Y Trump representaba políticamente a eso, a los millones de perdedores de la globalización que moran en la Norteamérica periférica, gentes simplemente invisibles a ojos de los multiculturalistas, tolerantes y ecológicos urbanistas cool de Chicago, Los Ángeles o Boston. Unos perdedores, tanto los de allí como los de aquí, que no van alejar de existir de modo súbito porque Trump deje la Casa Blanca. Sueñan despiertos todos esos que nos anuncian la buena nueva del fin del populismo y de la derecha iliberal en Occidente. Trump no ha muerto.

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