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José García Domínguez

Vamos a noviembre

El no entendimiento entre Sánchez e Iglesias tiene mucho que ver con la querella catalana, pero también con la reversión de la reforma laboral.

El no entendimiento entre Sánchez e Iglesias tiene mucho que ver con la querella catalana, pero también con la reversión de la reforma laboral.
Gtres

Yo no sé quién fue el primero que inventó eso del relato, huera cantinela retórica gracias a la cual tantos que escriben de política sin tener absolutamente nada que decir consiguen, no obstante, llenar folios y más folios merced a la consabida batalla del relato. Esta semana entrante, y bien saben los dioses que no me equivoco, nos volverán a machacar por tierra, mar y aire con esa quincalla tan manida, la del relato. Otra vez. Y es que, aparte del consabido cuento del relato, ya apenas queda nada que rascar en la cuestión de los pactos. La paradoja, acaso terminal, de la España contemporánea es que el muy denostado régimen del 78, que por cierto no resulta ser otro más que la democracia liberal en su variante de monarquía parlamentaria, pese a todos y pese a todo, pese a la crisis, pese a la corrupción, pese al sarampión populista, también pese a la voladura incontrolada del bipartidismo, sigue concitando en torno a sí la voluntad mayoritaria de los electores. De ahí que más del 70% de los escaños del Congreso sigan ocupados a estas horas por electos que concurrieron a las urnas en alguna de las listas de las tres formaciones que suscriben las grandes paredes maestras de la Carta Magna, esto es, el Partido Popular, Ciudadanos y el PSOE.

No obstante lo cual, y pese a lo abrumador de esa mayoría legitimista en ambas cámaras, una evidencia no menos abrumadora certifica la definitiva inviabilidad de articular mayoría alguna, ni de izquierdas ni de derechas, sin contar con la connivencia activa de los extremos más atrabiliarios y disolventes del arco parlamentario. Pues más que demostrado está a día de hoy que nada tiene que hacer la razonable sensatez y prudencia expresada por cuerpo electoral frente a la firme determinación de los tres líderes del campo constitucional de llevar al sistema a las lindes mismas del colapso. Una muy deliberada voluntad de empujar los acontecimientos hacia el bloqueo institucional crónico que se hará mucho más evidente a partir de ahora, tras el inminente fracaso anunciado del conato de acuerdo entre socialdemócratas y postcomunistas. Un fracaso, el del improbable matrimonio de conveniencia entre Sánchez e Iglesias, que tiene mucho que ver con la querella catalana, pero también con otra cuestión crítica de la que se ha hablado bastante menos, a saber: la reversión de la reforma laboral.

La reforma laboral es algo intocable tanto para el PP como para el PSOE, si bien de modo algo clandestino y vergonzante para este último. Y lo es porque la estrategia económica de fondo que comparten los dos grandes partidos pasa por el modelo de salarios bajos, al modo habitual de los antiguos países del bloque del Este, para ganar competitividad internacional. Ni PP ni PSOE tienen otra. De ahí que resulte crítico para mantener el actual crecimiento de la economía española no modificar los términos de esa reforma que quitó poder de negociación a los sindicatos por la vía de hacer prevalecer los convenios de empresa sobre los de sector. Contra eso, muy concretamente contra eso, es contra lo que quería ir Podemos al reclamar un ministerio tan social como el de Trabajo. Pero la razón para no dárselo es tan poderosa porque tampoco, ya se ha dicho, el PSOE tiene alternativa al modelo de los salarios bajos. El gran problema de la economía española, su talón de Aquiles histórico, la productividad diferencial menguante, es materia que preocupa tan poco ahora al PSOE como antes al PP. Ergo, no habrá Trabajo para Iglesias. Vamos a noviembre.

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