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José García Domínguez

¿Y después de Rubalcaba, qué?

Nada de eso sucederá porque únicamente un Gobierno de concentración podría pasar a limpio en el BOE tal ramillete de buenas intenciones regeneracionistas. Única y exclusivamente. Pero, ¿a quién le importa?

Palabras, ésas que vengo de escucharle a Anibal Cavaco Silva, imposibles entre nosotros, la estirpe íbera de Caín, refractaria por instinto a la más elemental concordia, siempre presta a anteponer la cerril miopía partidista al interés general, por asilvestrado atavismo incapaz de concebir otra política que no sea la de tierra quemada. Así, apenas saber de la victoria de los suyos, el presidente portugués ha postulado una gran coalición con democristianos y socialistas para, juntos, alejar al país del precipicio. En verdad inimaginable, decía, asistir aquí a empeño remotamente parecido. Entre otras razones, porque a este lado del Miño no concedemos distraer energías en asuntos ajenos a las graves cuestiones que ahora mismo acucian a la Nación.

A saber, el expediente masónico del Capitán Lozano y la muy sesuda pesquisa académica a propósito de si un tal Francisco Franco ejerció de dictador o de enfermera de la Cruz Roja, amén de parejas urgencias. Ocurre que, de hoy en diez meses, cuando Rajoy herede la Presidencia, no podrá cumplir ninguna de aquellas grandes promesas suyas que, ¡ay!, ya duermen el sueño de los justos en la indiscreta trastienda de Google. Porque ni el Parlamento va a rescatar competencia alguna a fin de implantar una política educativa que pudiera decirse nacional sin rubor. Ni un Gobierno del PP podrá garantizar por ley el derecho a usar el español en todos los niveles de la red de instrucción pública.

Ni los retoques cosméticos del marco institucional irán más allá de lo que permita una escuálida mayoría relativa con los sindicatos amotinados en la calle. Ni se exonerará a la Justicia de continuar sometida a la custodia política. Ni la elefantiasis administrativa dejará de constituir la madre de las ineficiencias de la sociedad española. Ni la Ley Electoral, en fin, habrá de ser cosa distinta a la que siempre fue. Nada de eso sucederá porque únicamente un Gobierno de concentración podría pasar a limpio en el BOE tal ramillete de buenas intenciones regeneracionistas. Única y exclusivamente. Pero, ¿a quién le importa? Al cabo, lo único que galvaniza a la afición doméstica, igual a la de un lado que a la del otro, es que manden los nuestros. Lo demás, es sabido, resulta zarandaja baladí. Qué lejos Portugal.

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