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José García Domínguez

Ya están aquí

Una ciudadanía tan heterogénea, alegre y barrechada como la impúdica y feliz mezcolanza de lenguas que practica constantemente la Cataluña real

Sin complejos, sin pedir perdón por haber nacido y sin Francesc Vendrell, 1.800 catalanes libres han abarrotado este sábado el teatro Tívoli de Barcelona en el acto de presentación de Ciutadans de Catalunya. Otros cientos de personas, cerca de mil, han tenido que seguir las intervenciones desde la calle, ante la imposibilidad física de acceder a la sala, completamente atestada de público desde una hora antes de que se abriera el turno de palabras. El objetivo programático del nuevo partido que allí los convocaba, según la lúcida síntesis de Francesc de Carreras, parece terriblemente ambicioso. Pues, en confesión pública de ese catedrático de Derecho Constitucional, se proponen nada menos que "legalizar la realidad", herejía jamás proclamada aquí, en Matrix, desde los tiempos del Manifiesto de los 2.300. Una apostasía que, por otro lado, todos los presentes parecieron comprender a la primera. Todos, salvo los reporteros de Catalunya Ràdio, que, definitivamente despistados, no cesaban de interrogar a la gente sobre una imaginaria redundancia de fines entre los ciutadans y el proyecto estratégico de Josep Piqué.
 
En el escenario, un mozo de escuadra bajo cuyas gafas de sol hay quien ha adivinado la mirada burlona de Albert Boadella, no ha sido intimidación suficiente para reprimir los sacrilegios de los oradores que irían tomando la palabra. Ni siquiera su patriótica porra (iba reglamentariamente adornada con las cuatro barras) lograría acallar las carcajadas de la gente ante la proyección del vídeo resumen de la institucionalización del latrocinio nacionalista durante el último cuarto de siglo. Ejercicio de recuperación de la memoria histórica que se inició con una larga, emocionada ovación en recuerdo del president Tarradellas (aquel inolvidable "Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí"). Y que concluyó con un simpático plano de Maragall, tras el que emergió en pantalla esa silueta de un gran asno con la que se reconocen entre sí los nacional-sociolingüistas cuando viajan en coche.
 
Luego, en una escena que a algunos nos recordaría el inicio de aquella hermosa proclama insurreccional latinoamericana —"Hasta ahora hemos mantenido un silencio bastante parecido a la estupidez…"—, representantes de las 36 secciones locales ya constituidas explicaron cómo se está organizando la resistencia al nacionalismo obligatorio en todos los rincones de Cataluña. Grandes aplausos para Piqué (Piqué, Antoni, que lucha por los derechos civiles en Tarragona). Y a los promotores de la desobediencia a la teocracia identitaria en Martorell, Nou Barris, Tortosa, Cornellà, Badalona… Entre ellos, María José Páez consiguió lo imposible: asombrarnos a los que ya no nos sorprendemos de nada en el oasis. Por ella hemos sabido que funcionarios de la Generalitat están recibiendo un e-mail interno en el que se les "invita" a confesar si creen que Cataluña es una nación.
 
A continuación, Fernando Savater se dirigió brevemente al auditorio para, esta vez sí, marcar distancias doctrinales con el pensamiento de Pepe Rubianes. El siguiente en subir al estrado, De Carreras, aún con la imagen del omnipresente burro autóctono en las retinas de la concurrencia, apelaría a los valores de la Ilustración ­—"son los ciudadanos, los individuos, quienes tienen derechos, no los territorios ni las abstracciones"— para diferenciar a Ciutadans de Catalunya de ese monolítico PUC (Partido Unificado de Cataluña) que ahora también responde por Cuatripartito. Delante de él, festejando lo que ya se había transformado en un sorbo colectivo de libertad, la alegre promiscuidad ideológica de los concentrados, mezcla abigarrada de oyentes de la COPE, jóvenes militantes del PP, abstencionistas crónicos de todo pelaje y condición, y una multitud de votantes de izquierdas de toda la vida. Una ciudadanía tan heterogénea, gozosa y barrrechada como la impúdica y feliz mezcolanza de lenguas que practica constantemente la Cataluña real. Tan caótica como la memoria de Francesc de Carreras con lo irrelevante  (tras su alocución, ya no recordaba si había pronunciado su discurso en castellano o en catalán). Y, desde hoy, tan esperanzada como el verde de la camisa que lucía Arcadi Espada, que cerró el mitin pronunciando una de las piezas oratorias más brillantes que se hayan escuchado en Cataluña desde la instauración de la democracia. Tras oírle, eso sí parecía, y de verdad, el inicio del principio del fin de un régimen liberticida.       
 
 

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