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José Ignacio del Castillo

Creadores de parados

Decía el Premio Nobel de Economía Milton Friedman, que una sociedad puede tener tantos desempleados como esté dispuesta a demandar. Las leyes económicas son así de tozudas. Quien paga, manda. Si el Estado paga por no trabajar, es bastante probable que algún sector de la población satisfaga esa “demanda”. Buena parte de la gente que se levanta a las siete de la mañana todos los días, que está ocho horas dando el callo, que aguanta los antojos de sus jefes y clientes y que vuelve a casa hecha polvo, no lo hace por deporte, sino por dinero. Lo que celebramos no es que nos sobre el trabajo, sino tener un buen sueldo. Si se puede cobrar más o menos lo mismo, dándose de alta en algún censo oficial, no es improbable que alguna gente opte por dicha opción. No es que sean ni peores, ni mejores que los demás. Simplemente hacen uso de una opción que se les facilita...

La mayoría de la gente convendría en que las prestaciones por desempleo fueron creadas para aliviar situaciones personales desfavorables, pero pasajeras, originadas por ese sistema de destrucción creadora que es el capitalismo. La bombilla sustituye al candil. El automóvil al coche de caballos. El sistema destruye puestos de trabajo en unas industrias, generando a su vez otros mejor retribuidos en nuevos campos. El consumidor manda. El productor obedece. A la larga, incluso los trabajadores peor remunerados, acaban disfrutando de comodidades desconocidas para los monarcas de la antigüedad. Aunque no tenga porque ser necesariamente la mejor opción, parece existir un consenso bastante amplio en la sociedad en el sentido de que las situaciones de sufrimiento personal que el sistema puede crear en el corto plazo sean suavizadas mediante un sistema de seguro social por desempleo. Es razonable.

Por el contrario, para los sindicatos de clase —y por tanto de inspiración marxista—, la prestación por desempleo es una “conquista social”. Ésta debe extenderse hasta garantizar al menos las necesidades básicas de todo aquel que no encuentre un trabajo enriquecedor que satisfaga sus aspiraciones, sean éstas o no realistas. La demagogia suena muy bien. “Necesidades básicas”, “salario social”, “renta mínima”, “retribución justa”,... Si el estado garantiza las necesidades básicas (y les aseguro que por básicas los socialistas entienden algo bastante amplio) aunque se rechacen los trabajos para los que uno está capacitado, hay que suponer que eso de madrugar y fatigarse lo va a hacer la gente por codicia de lo superfluo. Algo curiosamente denostado por nuestra reserva moral de “intelectuales”. Además, el sistema impositivo debe perseguir una redistribución más igualitaria de la renta. No es difícil concluir dónde está la meta. Un sistema socialista en el que el estado paga lo que no se produce a gente que no trabaja. ¿Suena soviético o no?

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