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José Ignacio del Castillo

Rebeldía universitaria

La Comunidad de Madrid, con su ínclito presidente Alberto Ruiz Gallardón a la cabeza, acaba de firmar el acuerdo de financiación de sus Universidades Públicas, asumiendo la deuda existente. La broma costará 600.000 millones de pesetas en los próximos cinco años. En el acto, el presidente hizo un llamamiento a mantener la rebeldía intelectual característica de los centros universitarios. Realmente es difícil determinar cuál de las partes de esta historia es la más sangrante. Tener que trabajar sin recompensa, viendo que una parte del esfuerzo se lo llevan los políticos vía impuestos, ya es una cosa desagradable en sí misma. Hacerlo para que en las Universidades puedan llevar una cómoda vida quienes se muestran manifiestamente hostiles contra las genuinas fuentes de trabajo y riqueza que les financian, roza la impudicia. Pero, cuando el dinero se destina abiertamente a fomentar la “rebeldía”, sólo cabe hablar de puro suicidio.

Conociendo la idea que en las facultades universitarias, sobre todo en departamentos como Sociología, Historia, Ciencias Políticas o Filosofía y Letras, se tiene del significado de “rebeldía intelectual”, más nos vale echarnos a temblar. No esperen ustedes que la rebeldía signifique intransigencia frente al error, la mentira o la violencia. ¡Ojalá fuera así! Si la rebeldía significase revolverse contra aquellos que sostienen que para tener derecho a consumir algo basta sólo con desearlo, sin que la producción previa sea algo más que una cuestión de “economicismo totalitario”, al menos el dinero estaría bien empleado. Si la rebelión se dirigiese contra aquellos que han llevado el camelo a los foros académicos a través de la pura sofistería disfrazada de relativismos epistemológicos, sabríamos que el conocimiento vuelve a ser respetado y separado de la opinión o la mentira. Si en verdad hubiese rebeldía, estaríamos confiados en que la primera víctima de la misma iba a ser el propio poder público, que necesita valerse de la coacción para financiar y respaldar el adoctrinamiento que, como presunta “ciencia”, imparte regularmente.

No señores. Rebeldía seguirá significando, no aceptar que para poder consumir algo tiene que haber producción previa. La rebeldía volverá a dirigirse contra la realidad que hace, nos guste o no, que haya personas altas y bajas, listas y torpes o rápida y lentas –claro que los rebeldes siempre podrán acabar con las desigualdades cortando la cabeza del alto, lobotomizando al listo o imposibilitando al rápido–. Rebeldía significará sobre todo desconfiar de la prosperidad o perdonarlo todo salvo la excelencia. ¿Quién puede extrañarse así de que en la Universidad de Ayacucho se generase de Sendero Luminoso o de que, de la Sorbona hayan salido Pol Pot y el Subcomandante Marcos?

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