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José Ignacio del Castillo

Recordar todo lo que pasó en Polonia

Roman Polanski, al hacer El Pianista, da la impresión de haber olvidado una buena parte de la historia de Polonia durante la II Guerra Mundial. Nadie parece estar dispuesto a contar todo lo que pasó. La II Guerra Mundial sigue explicándose como el triunfo de las democracias frente al nazismo, cuando seguramente el gran y único triunfador de la contienda fue Stalin. Gran Bretaña y Francia iniciaron la guerra para defender la libertad en Polonia y la guerra acabó con más de cuatro décadas de tiranía comunista no sólo sobre Polonia, sino, además sobre el resto de la mitad oriental de Europa.

Aunque, a decir verdad, la que realmente luchó fue Gran Bretaña. Francia demostró entonces, como vuelve a hacer ahora el ínclito payaso Chirac, que lo de cumplir sus compromisos y alianzas frente a los tiranos no es lo suyo. Traidores y cobardes, fueron afortunados de que, al menos sobre el Oeste, acabasen desplegándose los ejércitos anglo americanos.

El 23 de agosto de 1939, la Alemania nazi y la Rusia comunista firmaban un “pacto de no agresión”... para atacar y repartirse buena parte de Europa. El Tratado Molotov-Ribbentrop contenía de hecho un protocolo secreto disponiendo el “reordenamiento territorial y político” del centro y el este de Europa que entregaba a la Unión Soviética el control del este de Polonia, Estonia, Letonia, Finlandia y la Besarabia en Rumania.

El 1 de septiembre de 1939, sólo una semana después, un millón y medio de soldados alemanes cruzaron la frontera polaca. El 17 de septiembre, con los polacos oponiendo todavía una desesperada resistencia a la Wehrmacht, el Ejercito Rojo cruzaba hacia el este de Polonia para reclamar su parte del botín. Donde se encontraban los dos ejércitos, confraternizaban, brindaban juntos e incluso en algunos lugares hicieron desfiles militarse conjuntos. En el reparto final del botín, los rojos cambiaron las provincias polacas de Lublin y Varsovia por Lituania, que en el pacto inicial debía ir para los nazis.

Mientras la GESTAPO organizaba la persecución de los “enemigos raciales” en la parte ocupada por Alemania, el NKVD –Seguridad del Estado soviética– se ocupaba en su zona, de los “enemigos de clase”. El término alcanzaba una lista de hasta catorce categorías de personas que debían ser deportadas o eliminadas (había hasta una categoría que abarcaba a todos aquellos que habían viajado al extranjero o habían tenido “contacto con representantes de estados extranjeros”, incluyendo esperanto-hablantes y filatélicos).

La purga, como acostumbran a hacer los comunistas, se centró sobre todo en decapitar a la comunidad destruyendo cualquier liderazgo potencial que pudiese organizar contestación a la tiranía soviética. En total, alrededor de un millón y medio de “enemigos de clase” polacos fueron deportados en vagones de ganado hacia Kazajstán y Siberia y aproximadamente la mitad murieron en los dos años siguientes. La oficialidad polaca –decenas de miles– fue masacrada en los bosques de Katin, cerca de Smolensko, en abril de 1940. Los comunistas exterminarían finalmente durante este periodo tres veces más polacos que los nazis, pese a que la parte ocupada por los soviéticos tenía la mitad de población que la dominada por Alemania. La amnistía táctica declarada por Stalin en junio del 41, después de la invasión alemana de Rusia, sólo fue un breve paréntesis.

El 23 de julio de 1944 los soviéticos establecieron un Comité Nacional Polaco de Liberación en Lublin, embrión del futuro gobierno marioneta. Sin embargo, el principal movimiento nacional de resistencia polaco en tiempo de guerra, el ejército Nacional (Armia Krajowa: AK) era decididamente anticomunista. Difícilmente podía ser de otra forma tras el reparto nazi-soviético de Polonia en el 39 y la persecución comunista que siguió. Los comunistas pusieron en marcha pues, otro de sus siniestros proyectos. Mientras el Ejército Rojo se acercaba a Varsovia, una emisora soviética llamó al levantamiento de la población contra la ocupación nazi. El 1 de agosto el AK en Varsovia lanzó la insurrección. Durante los dos meses siguientes el pueblo de Varsovia se batió desesperadamente mientras los comunistas rusos miraban desde el otro lado del Vístula sin intervenir. Un cuarto de millón de polacos murieron aplastados en la sublevación mientras Stalin tildaba a sus líderes como “un puñado de criminales en busca de poder”. No sólo eso. Durante más de un mes los comunistas negaron permiso a la aviación angloamericana, que proporcionaba víveres a los insurgentes desde Italia, así como también denegaron el repostaje en los campos de aviación rusos y la atención médica a las tripulaciones heridas. Al final, los soviéticos consiguieron lo que querían. La represión del levantamiento de Varsovia aniquiló al AK como posible desafío futuro para los comunistas.

A continuación, el terror nazi fue sustituido por el terror rojo. El Ejército Rojo, que destruía, saqueaba y violaba en gran escala, venía acompañado de un notable destacamento del NKVD. En las propias palabras de un comunista como el general Zygmunt Berling, anterior comandante del I Ejercito polaco-ruso y miembro del Comité Lublin. “Los lacayos de Beria (NKVD) devastaron todo el país. Elementos criminales del aparato de Radkiewitz les ayudaron sin embarazo. Durante los registros legales e ilegales a la población, se les robaba sus propiedades y la gente totalmente inocente era deportada o encarcelada. A la gente se la mataba como a perros... Nadie sabía de qué se les acusaba, por quién habían sido arrestados ni qué se pensaba hacer con ellos” (reproducido en KGB Gordievsky y Andrew).

Nada más caer el imperio soviético, Polonia, los Estados Bálticos y todo el resto de países que sufrieron a nazis y comunistas se precipitaron como posesos por entrar en la OTAN. Recientemente, Bush fue recibido en Lituania y en Polonia con júbilo. Especialmente cuando dijo “No más Munichs y no más Yaltas”. Por eso estamos en una coalición y por eso, a veces, hay que hacer la guerra. Los tardo leninistas lo saben muy bien y saben de qué bando están. Pero por Dios, que no confundan a ninguna persona de buena fe.

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