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Argentina 2002. El presidente Duhalde confirmó la devaluación del peso argentino probablemente de un 40%. Tras la “espera”, llega ahora la “quita” salvaje. No hacía falta ser muy perspicaz para saber cuál iba a ser el triste destino de los depósitos que quedaron bloqueados hace un par de semanas “para garantizar la solvencia del sistema, evitar la fuga de capitales y frenar la especulación”. Los ahorradores recibirán en realidad sólo el 60% de lo que depositaron. Eso sí, serán reembolsados en el 100% del nominal en términos de “pesos redefinidos” que es “lo importante”.

¿Se imaginan la reacción de las Organizaciones de Consumidores y Usuarios si un almacén de depósito de aceite o de cualquier otro bien devolviese 60 litros por cada cien depositados con la coartada jurídica de que el hectolitro tenía una nueva “convertibilidad legal”? ¿Alguien en la cárcel quizás? Con los gobiernos, sin embargo, las cosas son distintas. Ahora los argentinos recibirán palmaditas de felicitación en la espalda por haber escapado de “la trampa de la convertibilidad”. Que países como Singapur o Hong Kong lleven decenios “atrapados por una convertibilidad similar”, habiendo pasado del tercermundismo a convertirse en las naciones más prósperas de Asia en poco más de una generación, es sólo un mal ejemplo que no conviene airear demasiado. Menos aún si todos sabemos que los países ricos son cada vez más ricos (lo atestigua lo que fue y lo que es Argentina) y los países pobres son cada vez más pobres, como nos recuerdan estos dos.

Lo grave es que ahí no se van a acabar todos los males. Los que sienten predilección por las devaluaciones como medio para reajustar la economía, –en vez de flexibilizar costes, abrir nuevos mercados, etc.– a menudo olvidan que dicho reajuste significa el desajuste de la economía del vecino. La crisis argentina comenzó hace cuatro años cuando Brasil devaluó su moneda –el real– pocas horas después de que el gobernador del estado de Minas Gerais, Itamar Franco, anunciase el impago de la deuda pública. Por las mismas, la devaluación del peso argentino significa la quiebra del mejor cliente para las exportaciones brasileñas. Es difícil suponer que este hecho no vaya a tener una grave repercusión en el mayor gigante de Sudamérica. Cuando vean retirase las inversiones de la zona, recapaciten un poco sobre qué tipo de políticas son las culpables de que exista tanto “dinero caliente” en el mundo. Es triste que más de sesenta años después de que las propuestas keynesianas de nacionalismo monetario y devaluaciones competitivas para aliviar la crisis culminasen en la Gran Depresión, en la destrucción del comercio internacional y finalmente en la II Guerra Mundial, todavía no hayamos aprendido la lección de adónde llevan las devaluaciones.

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