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José Ignacio del Castillo

Un "No" con cara y cruz

Dinamarca rechazó ayer por referéndum su incorporación al euro. Tener que decidir si la moneda de curso legal tenía que seguir siendo la corona, es decir, la deuda impagada e impagable del Banco Central danés o el euro -la del Banco Central europeo-, era como tener que manifestarse sobre si se prefiere morir ahorcado o en la guillotina.

Parece ser que el argumento decisivo para inclinar la votación ha sido el de “seguir manteniendo la soberanía monetaria”. Curiosa corrupción del lenguaje. La soberanía monetaria en realidad consiste en que cada ciudadano sea libre para decidir los instrumentos monetarios y crediticios en los cuales conserva su riqueza, lleva sus cuentas o firma sus contratos. En este sentido, los ciudadanos se han manifestado durante 8.000 años a favor de los metales preciosos y particularmente del oro en los últimos ciento cincuenta. Por tanto, la soberanía exige que los gobiernos devuelvan a los ciudadanos las 60.000 toneladas de oro que les han robado en este siglo y todavía conservan en su poder. Pensar que se tiene soberanía monetaria por tener que aceptar el curso forzoso de un papel moneda gestionado por burócratas nacionales, es como consolarse porque los que allanan tu morada sean paisanos.

La soberanía monetaria a la que se refieren pseudo-economistas y políticos, es la capacidad de devaluar e inflar a voluntad por parte del gobierno, cada vez que los desmanes sindicales llevan los salarios por encima de la productividad marginal del trabajo, es decir cada vez que los costes se elevan por encima de los ingresos de las empresas o, cada vez que los excesos especulativos derivados de la inflación crediticia amenazan con revertirse y desencadenar la temida crisis deflacionista. En una palabra: la vieja receta keynesiana consistente en establecer una carrera entre la máquina de imprimir billetes y las reivindicaciones de los trabajadores organizados. La conclusión de la carrera es bien conocida en Latinoamérica. Se llama hiperinflación, desorden y miseria.

Desde otro punto de vista sin embargo, el no danés es una buena noticia. Representa un rechazo claro a la centralización burocrática de la Unión Europea y una oportunidad alternativa de inversión para el dinero caliente que, nerviosamente, se mueve para huir de los políticos más rapaces.

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