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José María Albert de Paco

Contra el facherío

La manifestación en favor de que Cataluña no se desgaje de España promete ser un suceso insólito no sólo en Cataluña, también en España.

La manifestación convocada en Barcelona en favor de que Cataluña no se desgaje de España promete ser un suceso insólito no sólo en Cataluña, también en España. Desde su instauración, en 1978, los españoles hemos mirado la democracia por encima del hombro, como si el hecho de reivindicar el statu quo fuera una redundancia. Sin despegar el codo de la barra, hemos tendido a ciscarnos en la clase política, a maldecir los impuestos y relativizar el bienestar. Entre tanto, los partidarios de acabar con el Estado (con el más próspero Estado español desde que el mundo es mundo) han ido aprovechando los resquicios para infundir la especie de que España es una antigualla predemocrática, un artefacto susceptible de voladura. Ése es el fajín que envuelve cualquier discurso que se precie de progresista, sin que quepa establecer distingos entre catalanes, valencianos o madrileños. Las soflamas antiespañolas de la Diada y el "Lo llaman democracia y no lo es" pertenecen al mismo enclave moral: el de la frivolidad.

En Cataluña, esa misma frivolidad se ha convertido en un proyecto de Estado, como no podía ser de otro modo después de 35 años de roturación del paisaje a manos del nacionalismo. La dimisión del Estado ha sido tan flagrante que la manifestación de mañana corre a cargo de un puñado de ciudadanos que, hasta donde sé, se han servido de las redes sociales y el interior-noche de un garito del Ensanche. Convendrán conmigo en que, dado que España es un subject clandestino, la alegoría es redonda.

No me cabe duda de que la perspectiva de manifestarse en defensa de España provoca vahídos entre la grey de artistas e intelectuales que, aun abjurando del nacionalismo, abrazan la falacia de que oponerse a él es reaccionario. Es fama, ay, que la barretina es progresista y la montera, un mal menor. De ése y otros equívocos, insuflados por tierra, mar y aire a seis generaciones de catalanes, ha vivido el nacionalismo, que, al igual que los pijos, jamás se reconoce como tal.

Me consta, por último, que algunos ciudadanos que sopesan acudir a la manifestación andan preguntándose por los fachas, temerosos de que la ultraderecha (residual donde las haya) termine acaudillando el acto. Se trata, precisamente, de la única pregunta que jamás se formulan los independentistas.

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