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José María Albert de Paco

Independencia o victoria

Vistos los metros de tela que se llevan repartidos, el independentismo va camino de convertirse en uno de los negocios más prósperos de Cataluña.

La ola de indignación que siguió al tweet de Pedro Jota en que éste identificaba la performance de los socios del Barça con la parafernalia nazi constató que el nacionalismo catalán pretende, además de la secesión de España, caer simpático. Como si la convocatoria de un acto de exaltación patriótica pudiera merecer otra consideración que la de aquelarre fascistoide. Fascistoide, sí, máxime teniendo en cuenta que el convocante del aquelarre no es sino el poder, encarnado en alguno de los grupúsculos que, debidamente subvencionados, ejercen de agitadores a pie de calle. A efectos morales, Fanátics Barça, la entidad que había llamado a llenar el Camp Nou de banderas independentistas, es una mera extensión de Òmnium Cultural, que a su vez lo es de la Assemblea Nacional Catalana, a cuyos voluntarios, por cierto, ha correspondido el reparto masivo de banderas a las puertas del estadio. A estas alturas, y vistos los metros y metros de tela que se llevan repartidos, el independentismo va camino de convertirse en uno de los negocios más prósperos de Cataluña, al modo y manera en que la Guerra Civil lo es en España.

Puestos a medir decibelios, los gritos de independencia del minuto 17 han palidecido, bien que retroactivamente, ante el fervor guantanamero con que los aficionados del Barça invitaban a Mourinho al teatro. Y tengo para mí que el ceremonial orquestado en torno a la independencia ha ofuscado a los barcelonistas, con plomo en las alas durante buena parte del primer tiempo. Sea como sea, a Artur Mas le acabe el honor de haber convertido el Camp Nou en sujeto político. De hecho, en Cataluña empieza a ser habitual que cualquier apiñamiento humano mediatizado por la Generalitat o alguno de sus tentáculos rompa en agreste vocerío. Esta mañana, sin ir más lejos, el concurso de colles castelleres celebrado en Tarragona, con Artur Mas en el palco de autoridades, ha sido secuestrado por la misma consigna que ha intentado secuestrar el Barça-Madrid.

No, el nacionalismo catalán no es más simpático que cualquier otro nacionalismo, por mucho que se invista de valores intachables. Por mucho que, en el afán de presentarse al mundo como un epítome doméstico de Evasión o victoria, pretenda eludir el único papel que en puridad le correspondería representar.

La representación de hoy en el Camp Nou, por último, es la exacta plasmación de lo que Manuel Vázquez Montalbán llamó, con su lóbrega coquetería, ejército desarmado simbólico de Cataluña, una idea que al fin ha mostrado su exultante, eufórico patetismo.

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