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José María Albert de Paco

Mortaja blanca de mi esperanza

Si el poder estuviera en manos del enemigo, ésta sería la España muerta. O, por ceñirme al protocolo, exterminada.

El progreísmo convirtió La España vacía, título del meritorio ensayo de Sergio del Molino, en la España vaciada, operación paranomásica por la que un sintagma descriptivo devino en seca incriminación. Detrás del participio vaciada, en efecto, debía haber un alguien, complemento agente. Y puesto que en nuestro ecosistema político esa clase de señalamiento opera en un solo sentido, la responsable del vaciado no podía ser sino la derecha, ese campo semántico de la desolación. Bastaba con ver el rictus de perspicacia con que los presentadores de las televisiones, de todas las televisiones, pronunciaban "España vaciada", ese retintín en el que aún se obstinan, como quien aspira a insinuar que a ellos no se la cuelan, que si el periodismo exige porqués (¡ir más allá!, claman, ignorando lo mucho que deben sus análisis a Jiménez del Oso), ahí están su ceño fruncido y su proverbial antipatía. La base de semejante imputación es, además de ontológica, taumatúrgica. Dado el umbral de confort que ha propiciado el progreso (al punto de obligar a la izquierda a acularse en lo identitario), cómo no iba a merecer un 15-M que en el Pico de Urbión aún no haya fibra óptica. De hecho, la inmensa mayoría de los filtros (mileurista, desafecta, tóxica...) que nuestro socialpopulismo instagramer aplica a España son achacables al PP y sus envolturas.

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La imagen que hizo fortuna para ilustrar la Gran Depresión fue la de un chamarilero al que el New York Times hizo pasar por famélica legión, y la explicación de esa indigencia no pudo tener mejor iconografía que la Valencia de Paco Camps. Un trampantojo y una falla. Y por lo que toca a la huelga feminista del 8-M, aún resuena la consigna que, en boca de Begoña, resumía el caso: "Dónde están, no se ven, las banderas del PP". De algún modo, la misma trama que redundó en 5 millones de parados servía para sustanciar políticamente el terrorismo machista. "Ya son 30 con la de hoy…". Ese "ya", no lo duden, encierra un argumentario.

Ahora, con la crisis del coronavirus, mostrar los féretros es amarillismo, morbosidad, demagogia. Mal gusto. Rafa Latorre dejó anteayer escrito en El Mundo el pie de foto más urgente de estos días. La imagen, no obstante, hablaba por sí misma. No ya por el 'No trespassing' trocado en 'Celebración de cumpleaños'; lo conmovedor era el orden alfabético: higiénico, salvífico, brutal. El Gobierno querría que la tragedia quedara confinada en un puñado de ripiosos anecdotarios del yo. Y que los lemas que presidieran el estado de alarma fueran "La España de los balcones" o el "Gorda, que estoy de guardia".

Hasta que una portada vino a recordarnos que si el poder estuviera en manos del enemigo, ésta sería la España muerta. O, por ceñirme al protocolo, exterminada.

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