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José María Marco

Bush, al alza

Como a estas alturas lo del psicodrama atormentado no se lo cree ya nadie, salvo algún progresista de buena fe enfrascado en los problemas propios del paso de los años

Hay muchas formas de saber cómo van los candidatos en las elecciones presidenciales norteamericanas. Se puede ver la página web de Fox News, por ejemplo, que siempre es entretenida, o se puede ir a la de Universidad de Iowa, en la que los candidatos cotizan en una bolsa de valores. No menos revelador resultaba ver la cara de algunos personajes significativos, entrevistados después del segundo debate celebrado entre Bush y Kerry. La de la senadora Hillary Clinton era todo un poema. Exultante en un momento dado, y exasperada y tensa inmediatamente después. Quizás fuera por la misma razón: Kerry no logró revalidar su avance del debate anterior.

El segundo debate ha servido para aclarar aún más las diferencias entre los dos candidatos. Bush está en contra de que el dinero público subvencione el aborto. Kerry, no. Bush está a favor de encontrar un cierto equilibrio entre la investigación científica y el respeto a la vida en el asunto de las células madre. Kerry, no. Bush defiende la libertad individual. Kerry es un intervencionista. Bush no subirá los impuestos. Kerry… tampoco, según dijo mirando directamente a la cámara, aunque Bush saltó para decir que el progresismo de Kerry requerirá más temprano que tarde una subida de impuestos.

Sobre todo eso, el segundo debate mostró a Bush en buena forma, contundente, con capacidad de comunicación y de respuesta. Puede que la forma sea un poco chapucera, y no todo el mundo estará de acuerdo con el fondo. Pero la impresión que dejó el debate es que Bush tiene una idea de Estados Unidos y de su papel en el mundo.

La imagen de Kerry es en cambio la que el equipo de Bush quería que quedara fijada en la mente de los votantes: más que una propuesta, un psicodrama, una autocrítica, una puesta en duda permanente de los valores propios, algo así como un retorno a la América en crisis de los años setenta, la de Vietnam y Watergate.

Como a estas alturas lo del psicodrama atormentado no se lo cree ya nadie, salvo algún progresista de buena fe enfrascado en los problemas propios del paso de los años, la imagen de un Kerry contradictorio y sin alternativas acaba siendo la de un oportunista que piensa en ganar única y exclusivamente aprovechando los errores del otro. Por muy abultados que hayan sido esos errores, Bush le lleva la ventaja de presentar unas convicciones y unos resultados. En cambio Kerry ofrece cinismo –para sus adversarios, o dudas e incertidumbres –para sus partidarios. Esto último no es poco, sobre todo en tiempos de guerra. La cara de la senadora Clinton permite deducir que no es bastante para llegar a la Casa Blanca.

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