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Las referencias culturales de Rodríguez Zapatero en su discurso de clausura del 36 Congreso del PSOE son las siguientes: en cuanto a la historia; a los españoles que participaron en el desembarco de Normandía y a Pablo Iglesias, en lo ideológico; a la Institución Libre de Enseñanza.
           
En cuanto a lo del desembarco de Normandía, Zapatero contesta directamente a Aznar, que dijo hace poco que a él le gustaría haber visto a España participar en esa conmemoración. A Zapatero le resulta difícil aceptar esta observación. Primero, porque niega la legitimidad histórica que siempre se atribuye el socialismo español: los progresistas siguen sin reconocer, y al parecer no lo reconocerán nunca, que la democracia en España no ha sido un monopolio progresista, más bien al revés. Segundo, porque lanza una advertencia para el futuro. Cuando dentro de unas décadas se escriba la guerra contra el terrorismo, ya sabemos dónde no estaremos los españoles, y dónde estarán algunos de nuestros compatriotas: entre los amigos y compañeros de viaje de quienes quisieron destruir la democracia.
 
Lo de Pablo Iglesias es a estas alturas casi una broma. Sólo la bestial inquisición progresista que tiene secuestrada la vida universitaria y cultural española explica que alguien siga revindicando la figura del “abuelo”, un sectario que hizo todo lo posible por impedir la integración de los trabajadores españoles en un sistema liberal y democrático.
 
La referencia a la Institución Libre de Enseñanza tiene más contenido. Aznar también la reivindicó, creyendo tal vez –ingenuamente, por decir algo- que esa tradición es recuperable para un proyecto generoso y patriótico. Zapatero puntualiza con claridad. Al reivindicar la ILE, reivindica lo que la ILE siempre significó en política: la perpetuación de un núcleo intelectual radical, desconfiado de la democracia y con complejos mezquinos, insalvables, a la hora de vivir su nacionalidad española.
 
La invocación de la ILE tiene además otro significado. Indica la voluntad de salir del terreno estrictamente político para intervenir en el de las costumbres. ZP, como los hombres de la Institución, quiere hacernos mejores. Acoplada con la herencia antidemocrática del “abuelo” Pablo Iglesias, esa voluntad parece peligrosa, porque recuerda sin remedio a los proyectos totalitarios. Pero lo es sobre todo porque sitúa el debate en un terreno en el que el PP se mueve mal, el terreno de los estilos de vida, de las identidades personales, de la realización de proyectos individuales. En algún momento el centro derecha español deberá empezarse a plantear si entra en este debate, cuáles son los argumentos que tiene –que los podría tener si quisiera- y si no lo hace, por qué.
 
También es verdad que ZP se lanza a estos altos vuelos líricos y bastante cursis porque no puede decir nada en cuestiones de fondo: la situación de España ante la guerra contra el terrorismo, el modelo de Estado español, la libertad económica y la libertad individual. A falta de una renovación seria del socialismo español, ZP recupera a los clásicos.

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