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José María Marco

Desconcierto

La respuesta de los españoles, mucho más dependientes del Gobierno que los estadounidenses, es más lenta. Pero todas las encuestas, e incluso los motivos de preocupación de los españoles, apuntan a una desconfianza cada vez mayor ante sus dirigentes.

En las elecciones parciales en Estados Unidos han salidos derrotados Obama y el Partido Demócrata. Se intenta disimular argumentando que en Nueva York Bloomberg ha ganado por la mínima, pero el hecho es claro. Otra cosa es decir quién ha ganado. Como parecía que el Partido Republicano estaba en caída libre, los republicanos se consideran reforzados. Aun así, quizá la interpretación más sensata, por el momento, sea la que ha adelantado Daniel Henninger en el Wall Street Journal.

Según Henninger, lo ocurrido en estas últimas elecciones no es una simple victoria electoral de un partido sobre otro. Es también el síntoma de la desazón del electorado independiente que es, en Estados Unidos, el que no está previamente registrado. La rapidez con la que se ha producido el cambio sólo se explica de este modo: la parte más sensible y vivaz del electorado no se reconoce en un partido ni en un liderazgo y cambia de lado en menos de un año.

Los factores que han contribuido a esta inquietud, según Henninger, son, por un lado, la conciencia de que Estados Unidos está viviendo un momento excepcional: ni el derrumbamiento del sistema financiero norteamericano ni la práctica nacionalización de algunos de los grandes de la industria automovilística son hechos normales. La respuesta de la administración Obama tampoco resulta tranquilizadora. Una política hiperactiva ha llevado a la intervención masiva, la aprobación de un sistema sanitario de corte socialdemócrata y la subida de impuestos (del 5,4%). Eso por no hablar de los proyectos por ahora fallidos, entre la que hay leyes sobre cambio climático y ampliación del poder de los sindicatos.

Es imposible extrapolar el análisis de Henninger a la situación española. Pero sí se pueden apuntar dos analogías. Una es la actividad del Gobierno español, que aquí se traduce en hiperideologización y ha llevado a abrir todos los frentes culturales a la vez (memoria histórica, aborto, género, laicismo y muticulturalidad), además de provocar un déficit gigantesco y medidas económicas que nos instalarán en una crisis endémica. La otra es el cambio que los socialistas han llevado a cabo en la estructura política española, convertida en un sistema confederal que ha dejado atrás el concepto mismo de nación.

Como ocurre con lo apuntado por el periodista norteamericano, tampoco estos son hechos normales, por así decirlo. Al contrario, señalan un cambio muy profundo, radical, del marco social, cultural y político. La respuesta de los electores españoles, mucho más dependientes del Gobierno y por tanto menos autónomos, es más lenta que la de los norteamericanos. Pero todas las encuestas electorales, e incluso los motivos de preocupación de los españoles, apuntan a una desconfianza cada vez mayor ante sus dirigentes.

También apuntan a que los electores más independientes, y los más sensibles, tampoco se sienten representados por una oposición que no parece dispuesta a elaborar un programa y una posición que tengan en cuenta la excepcionalidad de lo que estamos viviendo.

Se comprende que el principal partido de la oposición no quiera parecer un partido radical o agresivo. Otra cosa es que se abstenga de presentar una alternativa real a lo que el electorado empieza a percibir como problemas de fondo, que afectan a la naturaleza misma del sistema e incluso que se niegue a elaborar una posición cultural que sirva de referencia ante la crisis, o las crisis, que estamos viviendo.

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