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José María Marco

El himno de los cobardes

Al intentar sacar un himno nacional han sacado una de esa cancioncillas que se empezaron a cantar en las iglesias después del Concilio Vaticano II o un jingle para promocionar residencias de la tercera edad.

El himno nacional es un acto de lealtad. Proclama la alegría de pertenecer a un país, el orgullo por la herencia que se ha recibido y la disposición a dar lo mejor de uno mismo para que esa herencia se perpetúe, mejorada. Por eso los himnos nacionales nos emocionan. Nos recuerdan que lo mejor de nosotros mismos es lo que hemos dado a los demás. También nos dicen que por pequeña que sea nuestra contribución, siempre es importante, y que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos.

Al mismo tiempo que nos ayuda a dar un sentido a nuestras acciones, el himno nacional expresa amor, amor por nuestro país: a sus tradiciones, a su cultura, a su existencia. No es de extrañar que las letras de los himnos nacionales incorporen expresiones bélicas. Cuando se quiere algo, se está dispuesto a defenderlo. Hasta donde sea necesario.

Un himno nacional encarna, en resumen, lo contrario del nihilismo narcisista postmoderno. Por eso hay esa sed de símbolos como los himnos nacionales en las sociedades actuales, tan desdichadas, donde se ha vendido el egoísmo como el colmo de la felicidad.

La letra del himno nacional que se ha sacado de la manga un grupo compuesto mayormente de funcionarios responde a un designio táctico. Después de destrozar la España constitucional, Rodríguez Zapatero necesita un baño de españolismo. Pero claro, el alma progresista del zapaterismo, de tan alto como vuela, no conoce patrias ni fronteras. Tampoco el sacrificio que han hecho generaciones y generaciones, durante siglos, para mantener y mejorar algo que se desprecia. Y menos aún está dispuesta a reconocer la labor de instituciones como la Monarquía o el Ejército, que han dado rostro a la Nación cuya existencia es discutida y discutible.

O sea, que al intentar sacar un himno nacional han sacado una de esa cancioncillas que se empezaron a cantar en las iglesias después del Concilio Vaticano II o un jingle para promocionar residencias de la tercera edad (seguramente alguna donde se practique ese nuevo derecho que es la eutanasia). Una broma, un chiste condenado no ya al desprecio: al olvido puro y simple, sin más.

No sé si quienes se han prestado a este juego habrán cobrado algo por sus desvelos. Si es así, les propongo que donen sus dietas, o lo que se sea que hayan ingresado, en la cuenta de alguna fundación, como la de Defensa de la Nación Española, la AVT o la Fundación Asistencial para las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil. No dejarán de haber hecho el ridículo, pero pasarán menos años en el purgatorio de los cobardes.

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