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José María Marco

El show

En ningún país civilizado, de esos que antes se llamaban de nuestro entorno, se admitiría que un presidente del Gobierno celebrara un espectáculo en público como el protagonizado por Zapatero y Garzón.

El espectáculo de la entrevista-cortejo-conversación de Garzón y Rodríguez Zapatero en el escenario de la Casa de América, presidido por la estrella de La Caixa, no lo habría soñado hace algunos años ni el más delirante de los directores de teatro independiente o alternativo (es decir, subvencionado).

Lo más degradante no es que Zapatero se permitiera decir que ETA (Aznar no hablaba nunca de ETA sin añadir "la banda terrorista", o una expresión parecida) está en su fase final semanas después de que los etarras reventaran la T4 un día después de que afirmara algo parecido.

Tampoco es que se permitiera añadir que esa fase final puede durar años, lo que es una estupidez de por sí y, sobre eso, permite entrever que Zapatero prevé ya que cada una de sus afirmaciones sobre el inminente final de la banda terrorista puede ir seguida de un atentado.

Lo peor no fue siquiera la afirmación de la independencia del poder judicial, cuando desde el gobierno y el PSOE se han ejercido toda clase de presiones o se han enviado toda clase de mensajes a los etarras, para dejar bien claro que lo mejor, lo más justo y lo más conveniente, según el gobierno de España, era que De Juana Chaos, ese asesino que ni por asomo tiene pinta de correr el menor peligro, fuera trasladado a su casa para seguir allí, con toda comodidad, su cura de adelgazamiento.

Lo peor, lo más degradante, fue el propio espectáculo. En ningún país civilizado, de esos que antes se llamaban de nuestro entorno, se admitiría que un presidente del Gobierno celebrara un espectáculo en público como el protagonizado por Zapatero y Garzón sin que el juez tuviera que dejar la judicatura de inmediato y el presidente del Gobierno se viera sometido a algo parecido a una moción de censura o un proceso de inhabilitación. A casa. Los dos.

Hay una... chulería profunda en el espectáculo mismo, un desprecio de fondo, hacia las más elementales normas del funcionamiento de una democracia liberal. Y hay, además de eso, una confianza absoluta en que la opinión pública tiene tragaderas bastantes para aceptar un bochorno parecido.

Tal vez sea esta la única razón para sentirse un poco optimista. La sociedad española tiene escasa tradición democrática, pero no es tan analfabeta, tan chapucera y tan provinciana y tan cutre como lo son los progresistas que la gobiernan y como estos mismos progresistas se creen que es. Zapatero y Garzón actuaron como titiriteros subvencionados y como tales dieron un espectáculo de subdesarrollo intelectual y político. Como los Bardem y Cía, están convencidos que tienen un público cautivo de antemano. Es posible que eso acabe perdiéndolos.

En España

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