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José María Marco

En primera fila

Los ingleses han levantado otro monumento para absolver y honrar a sus desertores. El último soldado superviviente de la Gran Guerra, fallecido hace pocos días, no habrá tenido tiempo de meditar sobre la fugacidad de aquello por lo que arriesgó la vida.

A los españoles nos parece que la polémica sobre la memoria histórica y las extravagantes normativas correspondientes son propias de nuestro país, donde no existe consenso sobre la historia de España o, mejor dicho, donde ni siquiera existe consenso sobre la noción misma de España. El caso es que los intentos de volver a escribir el pasado en función de la ideología dominante se manifiestan de múltiples maneras y en multitud de países, mucho más allá de la historiografía deconstructivista y postmoderna hegemónica en las universidades de todo el mundo.

En Latinoamérica, como se sabe de sobra, ha vuelto arrolladoramente el indigenismo. Va acompañado, cómo no, de la tentación comunista. El último ejemplo lo dio Hugo Chávez a mediados de junio, cuando se llevó por delante, como Rodríguez Zapatero hizo con Franco a mayor gloria de Carrillo, la última estatua de Cristóbal Colón que quedaba en Caracas. Hacía ya a varios años que el Día de la Raza (expresión no demasiado afortunada para significar lo que la Constitución de Cádiz llamaba "españoles de ambos hemisferios") había sido sustituido por el de la Resistencia Indígena. Trasplantados a nuestro caso, los Resistentes serían, primero, los Indígenas prerromanos, germen de nuestras Naciones o Nacionalidades Autónomas; segundo los andalusíes, sobre todo los musulmanes, ni que decir tiene, y en tercer lugar los rojos, ascendientes y progenitores de los actuales primates socialistas.

En los países europeos tampoco faltan los intentos de escribir nuevas Historias y elaborar memorias nuevas. Alemania, como era previsible, es un buen ejemplo. En 1989 se inauguró en Bonn el primer monumento al "Desertor desconocido", monumento que luego se trasladó, muy simbólicamente, a Postdam, patria chica de la ideología prusiana. Luego se han inaugurado otros siete monumentos de la misma índole.

Pero lo que en Alemania es comprensible, aunque problemático, resulta más inquietante en otros lugares. En Ypres, escenario de una de las más feroces batallas de la Primera Guerra Mundial, se alza ahora otro monumento a la deserción, esta vez a los desertores muertos por no haber cumplido sus deberes militares. En un discurso conmemorativo, Sarkozy dijo que los desertores no fueron cobardes ni individuos sin honor. Fueron personas al límite de sus fuerzas. Los ingleses, superando todas las expectativas pero fieles a su idiosincrasia isleña, han levantado otro monumento para absolver y honrar a los suyos, es decir a sus propios desertores... El último soldado británico superviviente de la Gran Guerra, fallecido hace pocos días, no habrá tenido tiempo de meditar sobre la fugacidad de aquello por lo que tal vez arriesgó la vida.

Así que, como se ve, en muchos países se está en línea con lo que está ocurriendo en España. Bien es verdad que en ninguno se ha nombrado a un fontanero, sin demasiado interés por la seguridad de sus conciudadanos, de ministro del Interior y aún menos a una pacifista al frente de las Fuerzas Armadas. Todo llegará, probablemente.

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