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José María Marco

Fascinación del fracaso

No se lucha porque no se quiere ganar. El buenismo zapateril, tan extendido entre los intelectuales, disimula y vende al mismo tiempo la frustración y la derrota. Se alimenta de ella.

Máximo Cajal, consejero áulico, teoriza lo que llama, sin sonrojarse, un "concepto blando de seguridad". (Es de suponer que no cerrará la puerta de su casa, e incluso que la dejará abierta para evitar que se la descerrajen.) Rodríguez Zapatero, en un país en pleno proceso de islamización como es Turquía, vuelve a referirse al anhelo de paz de todos los hombres y mujeres del mundo. Mientras, el proceso de legalización de Batasuna-ETA parece a punto de naufragar porque aunque esto no sea una guerra lo que los terroristas buscan es, naturalmente, la victoria. La suya.

En el plano doméstico, Rodriguez Zapatero ha puesto en marcha un proceso imposible de cumplir. En el internacional o planetario, como diría la ministra de Cultura, quiere iniciar otro igualmente inalcanzable, algo así como la paz perpetua con quien se pasa la vida entera preparándose para atacar, y atacando.

Los dos tienen en común la rendición preventiva como paso previo al diálogo con quien no se va a rendir nunca. Se basan en un cálculo cínico. Se margina al adversario político, a quien no cree en el "concepto blando de seguridad", tachándole de belicista y provocador. Y cuando llegue el fracaso inevitable, como parece que se está acercando en España, se le intenta responsabilizar, por intolerante, del naufragio del "proceso" de paz, diálogo o alianza.

Resulta interesante preguntarse por qué esa interiorización del fracaso tiene tanto eco en una parte de la opinión pública y, sobre todo, en una parte muy mayoritaria de los intelectuales y los periodistas, es decir aquellos que crean o generan lo que luego se convertirá en opinión.

¿Será cobardía? Es posible, pero casi ninguno de estos intelectuales y periodistas arriesgan su vida. Más aún, cuando lo hacen, como ha ocurrido y ocurre aún en el País Vasco, muchos de ellos siguen siendo partidarios del "diálogo", es decir de la rendición. (Recuérdese el caso de Ernst Lluch, entre tantos otros de intelectuales socialistas.)

Yo apuesto por otra hipótesis. La apelación a la paz, al diálogo y a la alianza de civilizaciones conforma una psicología según la cual se está condenado de antemano al fracaso. En el fondo, late el pánico a asumir las responsabilidades que se derivarían de la victoria. No se lucha porque no se quiere ganar. El buenismo zapateril, tan extendido entre los intelectuales, disimula y vende al mismo tiempo la frustración y la derrota. Se alimenta de ella. Y triunfa cuando aceptamos el hecho irremediable de que no ganaremos nunca.

Frente a eso, no hay por qué insistir en los sacrificios, el sudor y la sangre. Si vale la pena plantarle cara al terrorismo, nacionalista o islamista, es porque se puede ganar y se puede ser libre. Más aún, la libertad es la condición natural del ser humano, la única que le abre la posibilidad de alcanzar la felicidad.

¿Por qué tenemos que resignarnos a vivir siempre bajo la bota nacionalista o islamista? ¿Porque unos cuantos intelectuales cultiven el mito del fracaso como única posibilidad y vivan de ella opíparamente? Allá ellos y sus amos.

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