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José María Marco

Irrelevancia

En una cumbre como la del G-20, Zapatero parecía un muñeco sin consistencia, incapaz de dar forma a aquello mismo que supuestamente habría podido decir con rotundidad. Por no defender, no era ni siquiera capaz de defender sus propias propuestas.

La acción de Rodríguez Zapatero en la cumbre del G-20 se ciñe a haber sido llamado a mediar –con otros dirigentes–, por Gordon Brown, una supuesta mediación entre Estados Unidos y algunos países europeos que no alcanzó ningún resultado aunque sí le dio a Zapatero la ocasión de publicitar su importancia. Siguió luego diciendo que abanderaba la lucha contra los llamados paraísos fiscales, elemento al parecer esencial en la crisis económica española.

Acabó invocando la Historia que le juzgará, según dijo "por la voluntad que hayamos puesto en la lucha contra la pobreza y la miseria". Habrá que recordar la frase cuando empiecen a agotarse las prestaciones por desempleo y quienes han caído en el paro estructural dejen de cobrar los subsidios con los que viven por ahora. Antes, de todos modos, pasó por caja y ofreció generosamente 4.000 millones de euros para el FMI. Nuestros actuales gobernantes son así de rumbosos con el dinero ajeno.

Todo ello tiene, por lo fundamental, un propósito. Es cultivar la imagen de un gobernante con proyección e influencia internacional. En otras palabras, la política exterior española está puesta al servicio de una estrategia interna. Siempre es así, se dirá. No del todo, porque los gobiernos cabales tienen en cuenta los intereses estratégicos de su país, que están más allá de los intereses concretos de cada gobernante. Más aún, un Gobierno se hará respetar cuanto más defienda esos intereses nacionales.

El G-20 era un buen momento para impulsar un programa de corte intervencionista y estatalista como el de Rodríguez Zapatero. Ahora bien, para eso habría sido necesario que el Ejecutivo de Zapatero defendiera también los intereses españoles. Y es ahí, en contra de lo que tanto se publicita, donde el Gobierno falla en toda la línea. En realidad, las propuestas de Zapatero son irrelevantes porque su misma posición es irrelevante.

En una cumbre como la del G-20, Zapatero parecía un muñeco sin consistencia, incapaz de dar forma a aquello mismo que supuestamente habría podido decir con rotundidad. Por no defender, Rodríguez Zapatero no es ni siquiera capaz de defender sus propias propuestas y sus propios argumentos. Él mismo se ha segado la hierba bajo los pies y sólo le queda la gesticulación, o la "photo opportunity", a la espera de que sus terminales mediáticas elaboren la imagen para consumo interno.

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