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José María Marco

Máscaras del sectarismo

En el fondo, para Peces-Barba las víctimas del terrorismo son simples peones en la fantasmagórica lucha que el socialismo español sigue empeñado en mantener con una derecha que sólo existe en su imaginación

En algunas fotos recientes, Gregorio Peces Barba guarda un sorprendente parecido con un personaje de la historia española del siglo pasado. Vean ustedes algunas de las fotos que le hicieron a Azaña en los últimos años, en particular en sus últimos meses. Comparen luego con las últimas de Peces Barba. Se parecen muchísimo
 
Es el mismo corte de cara, la misma boca, la misma mirada un poco extraviada o concentrada en una visión interior, una visión que por lo que se adivina, debe ser atroz.
 
En el caso de Azaña, sabemos en parte lo que veía: su miedo, la conciencia de su responsabilidad, el sufrimiento, la destrucción y los miles de muertos que el régimen republicano había provocado.
 
En el caso de Peces-Barba, es más difícil decirlo, porque a pesar de su repulsiva conducta con las víctimas del terrorismo, Peces-Barba no tiene ni de lejos la dimensión trágica de las responsabilidades que asumió Azaña.
 
Pero algo debe haber que los hermana en el tiempo.
 
En contra de lo que se ha dicho muchas veces, no hay un último Azaña arrepentido de su conducta. Lo que hay es un Azaña que se sabe culpable, eso sí. Y además, y sobre todo, un Azaña obsesionado con el papel que la historia le asignará en la tragedia española. Al final, Azaña habría dado cualquier cosa con tal de rectificar su alianza con los nacionalistas catalanes y con los socialistas, a los que siempre despreció, por otra parte. Pero no lamentó nunca su proyecto político. Lo consideró fracasado por culpa de sus aliados, no en sí mismo. Fue un fracaso accidental. Hasta el final, Azaña siguió siendo el mismo sectario que siempre quiso ser.
 
Y eso, justamente, es aquello en lo que se parecen Peces-Barba y Azaña. También en Peces-Barba hay esa voluntad decidida de no estar dispuesto a rectificar nunca. Los dos están convencidos de que tienen razón, que la tenían antes y que la tendrán siempre, pase lo que pase, en el caso de Peces-Barba incluso cuando los etarras o los islamistas vuelvan a asesinar en España. En el fondo, para Peces-Barba las víctimas del terrorismo son simples peones en la fantasmagórica lucha que el socialismo español sigue empeñado en mantener con una derecha que sólo existe en su imaginación, como Azaña se inventó una lucha que él llamaba quijotesca con la España tradicional. Más aún: Azaña lo intuía en su tiempo, y Peces-Barba intuye ahora, que sin esa fantasmagoría todo su proyecto se viene abajo.
 
Por eso, las víctimas del terrorismo son buenas si aceptan el papel que la izquierda les quiere dar. Dejan de serlo en cuanto asumen la dignidad que les corresponde, una referencia moral ajena al partidismo político. Entonces se convierten en víctimas no ya del terrorismo sino de esa derecha fantasmal a la que Peces-Barba y Azaña plantan la misma triste, patética máscara.

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