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José María Marco

Operación Cayetana

Se le encargó que fuera más popular que aquellos que le precedían, pero el electorado no la siguió.

Se le encargó que fuera más popular que aquellos que le precedían, pero el electorado no la siguió.
Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Casado I EFE

La defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo pone fin a un curioso experimento del PP. Se trataba de dejar atrás el partido de cuadros que había montado Soraya Sáenz de Santamaría con –al menos– la aquiescencia de Mariano Rajoy y volver, no al aznarismo, como se dice demasiado esquemática y apresuradamente, sino a una organización con capacidad para conectar con el conjunto de la sociedad. Había que ofrecerle una propuesta con sentido nacional en la que una mayoría social pudiera reconocerse. Desde esta perspectiva, la elección de Álvarez de Toledo resultaba fascinante, pero también un poco desconcertante.

Álvarez de Toledo representa, efectivamente, la voluntad de volver a hablar claro al electorado y a los españoles, con argumentos razonados y un apasionamiento que destacaba ante la frialdad y la distancia previas, tan propias de funcionarios altos y medianos metidos a políticos. Quizás destacaba demasiado, pero ese –como las dificultades de Álvarez de Toledo para crear y mantener equipos de trabajo– es un elemento personal que –era de suponer– Casado había valorado convenientemente.

El escollo fundamental, probablemente, es que Álvarez de Toledo no ha conseguido reabrir esa vía de comunicación con un electorado que la admira, y por muchas razones –su valentía, su apasionamiento, su compromiso–, pero que no acaba de identificarse con ella. Es lo que ocurrió en Cataluña, donde la lista del Partido Popular obtuvo en las últimas elecciones legislativas un resultado no demasiado brillante. Y es lo que volvió a ocurrir en el País Vasco, donde el experimento de coalición con Ciudadanos no aumentó la presencia del PP y propició, de rebote, la entrada de Vox en el Parlamento regional.

Aquí está la primera paradoja de este episodio: el de una candidata a la que se le encargó que fuera más popular que aquellos que le precedían, pero a la que el electorado no ha seguido. Era una ocasión de oro que el PSOE y Podemos no iban a dejar de aprovechar, con referencias a veces brutales al elitismo de Álvarez de Toledo, que esta no era capaz de compensar con algo parecido al casticismo de aire populista propio de Esperanza Aguirre. El resultado, además, lo empeoró la performance espectacular de Feijóo, que representaba exactamente lo contrario de Álvarez de Toledo, en Galicia. Es posible que necesitara más tiempo, pero la velocidad a la que se mueve la política hoy en día plantea exigencias inaplazables, que todos los que participan en ella aceptan de entrada.

La otra paradoja resulta aún más sorprendente. Si algo representaba ideológicamente Álvarez de Toledo era una cierta vocación centrista del PP: una vocación que no transcurría por las plácidas y estancadas aguas de la tecnocracia y la moderación a lo Rajoy, sino al estilo urbanita, moderno e ilustrado del Ciudadanos de Albert Rivera. El problema, y esto viene a explicar en parte lo anterior, es que este grupo se dirigía naturalmente a un sector relativamente minoritario o, mejor dicho, demasiado consciente de lo que le hace distinto y, por eso mismo, con cierta propensión al narcisismo. (Salvo en Cataluña, donde el antinacionalismo le dio otro impulso, con el que no supo qué hacer cuando eso le llevó a una resonante victoria electoral en 2017). Pero eso no importa ahora. Lo crucial es que, aunque Álvarez de Toledo representaba una forma y una voluntad de regeneración centrista, próxima a Ciudadanos, ha sido comprendida como la protagonista de una deriva hacia el otro lado. Incluso se la ha relacionado con Vox, un partido con el que tiene poco que ver. El lugar común llega hasta el punto de que en Vox no ven con malos ojos lo ocurrido, al pensar que se han librado de una competidora.

No hay que minusvalorar, claro está, lo que en todo esto hay de intencionalidad y mala fe, pero también aquí estamos dentro de las reglas de la política. En este caso, lo que falla es la incapacidad del conjunto del PP, y de la propia Álvarez de Toledo, para transmitir de forma inteligible y clara una propuesta que, suponíamos, era la del propio Casado. En este caso, con el resultado poco brillante de haber insuflado energías a Vox, como ya se ha dicho, pero también a Ciudadanos. Enfrentarse por tanto a un cierto descrédito por la derecha y por el centro al mismo tiempo.

Puede que la situación dentro del PP no admitiera otra solución que la decisión de Casado. Con el tiempo, tal vez veamos cómo el PP no pierde e incluso recupera energías e iniciativa. Por ahora, las sensaciones, como se dice en fútbol, son algo más complicadas.

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