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José María Marco

Tarik Ramadan en el Vaticano

Hay motivos para preguntarse si la vida humana es sagrada en el islam al modo en que lo es en el cristianismo. Así lo justifica, sin necesidad de ir más allá en la historia, la violencia terrorista islámica de años recientes.

La inauguración de la cúpula de la ONU en Ginebra no ha sido la única celebración del diálogo entre civilizaciones que ha ocurrido en estos días de noviembre. En el Vaticano ha habido otra, más seria y más inquietante, en la que veinticuatro representantes de la Iglesia católica, junto con otros tantos del islam, han empezado a establecer juntos las bases de un diálogo entre las dos religiones, islam y cristianismo. Las reuniones duraron del 4 al 6 de noviembre y el Papa Benedicto XVI intervino, al final, con un discurso conciliador.

Inesperadamente, el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona puso en marcha el proceso que ha acabado suscitando ese encuentro. Allí el Papa habló, sin que muchos entendieran a qué venía una declaración tan tajante, del papel de la violencia en la difusión del islam y de la dificultad de reconciliar fe y razón en una religión en la que Dios, como ocurre en el islam, es "absolutamente trascendente". Ahora, en cambio, el Papa ha subrayado lo que es común a las dos religiones, como es "el papel central de la persona la dignidad de cada ser humano, respetando y defendiendo la vida, que es un don de Dios, y que por tanto es sagrado tanto para los cristianos como para los musulmanes".

Estas palabras tienen tanto o más de buenos deseos como de constatación de una realidad. Hay motivos para preguntarse si la vida humana es sagrada en el islam al modo en que lo es en el cristianismo. Así lo justifica, sin necesidad de ir más allá en la historia, la violencia terrorista islámica de años recientes, que ha contado con todos los parabienes de clérigos musulmanes.

El diálogo ha sido planteado como si tuviera lugar entre dos interlocutores iguales. No lo son. En muchos países musulmanes están prohibidos los cultos públicos de otras religiones que no sean la musulmana. En otros se persigue y se mata a los cristianos. En todos está prohibida la conversión y se impide la evangelización. En los países de tradición occidental, el islam no conoce en cambio la menor cortapisa a la edificación de mezquitas y la difusión del mensaje islámico. Cabe preguntarse de qué igualdad se está hablando.

Tampoco hay igualdad en los interlocutores. Es bien sabido que el islam no tiene una jerarquía universalmente aceptada. Los interlocutores musulmanes que han acudido al Vaticano tendrán la influencia que otros les den, y estos otros se considerarán, legítimamente, tan representantes como ellos. Otra vez, el diálogo entre iguales resulta más un buen deseo que una realidad.

Cierto que entre los representantes ha habido alguno particularmente importante. Destaca la presencia de Tarik Ramadan, uno de los intelectuales musulmanes más peligrosos de la actualidad, que en un artículo previo a la reunión puso las bases según las cuales él mismo concibe el diálogo. Quedan descartadas por principio el proselitismo (léase la evangelización) y la "competencia estéril en lo que se refiere a la posesión exclusiva de la Verdad". En cambio, hay que empezar un "diálogo sobre las civilizaciones", ya que la "oposición entre el islam y el Occidente es una pura proyección, casi un instrumento ideológico". "Hay mucho de islam en Occidente", dice Ramadan, "y mucho de Occidente en el islam."

A mí todo esto me recuerda a los nacionalistas llamados moderados, que han venido proclamando durante décadas lo que casi nadie ha querido oír, y otros muchos aplaudían, hasta que ha sido demasiado tarde. La dimensión, por supuesto, es mucho mayor. En ello está activamente implicado Rodríguez Zapatero. Lo que se ha hecho con España empieza a cobrar su auténtica dimensión.

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