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José María Marco

Violencia y pedagogía

Rodríguez Zapatero estará siempre, aunque ocupe el Gobierno, en la oposición. Es su sitio y su ideal. Gobernará contra aquello que él cree que debe desaparecer de la faz de la tierra porque su sola presencia le impide cumplir su proyecto.

Ahora sólo lo puede ignorar quien quiera hacerlo. La estrategia de Rodríguez Zapatero para ganar las elecciones no consiste en un programa ambicioso destinado a cambiar (se supone que para mejorar, al menos desde su punto de vista) España, ni en ofrecer un liderazgo que proporcione una dirección determinada a la sociedad española.

A Rodríguez Zapatero le conviene la tensión y el drama. Por la forma en que hemos conocido el asunto también sabemos que de esta estrategia forma parte sustancial la mentira. De aquí al 9 de marzo, los socialistas van a generar toda la tensión posible y escenificar el mayor dramatismo... sin que lo parezca.

De todo esto se deducen varias cosas.

Rodríguez Zapatero tiene por objetivo primero, sobre cualquier otro, impedir que el Partido Popular llegue al poder. No quiere ganar. Quiere que el adversario pierda. Estamos ante la aplicación de la teoría célebre de las dos Españas. Rodríguez Zapatero llegará al Gobierno contra una de ellas. Ha forjado la suya para destruir a la otra, que no acepta por principio. Y gobernará, si es que vuelve al poder, con un proyecto que necesita la tensión: el Prestige, la Guerra de Irak, el pacto del Tinell, el 11-M, el diálogo siempre abierto con la ETA.

Una segunda es que Rodríguez Zapatero estará siempre, aunque ocupe el Gobierno, en la oposición. Es su sitio y su ideal. Gobernará contra aquello que él cree que debe desaparecer de la faz de la tierra porque su sola presencia le impide cumplir su proyecto. La "modernización definitiva de España" requiere gobernar contra la España que hay que dejar atrás: machacarla, pulverizarla, aniquilarla.

Al mismo tiempo, y por su propia naturaleza, el proyecto político de Rodríguez Zapatero es de orden pedagógico: pone en escena aquello contra lo que se debe dirigir la tensión. No se cansa de elaborar y reelaborar un cliché contra el cual debe dirigirse esa tensión cultivada, ese odio meticulosamente enseñado, esa violencia a la que se da patente de corso en la vida de todos los días.

El intento de linchamiento de María San Gil y el tratamiento que ha merecido un asunto tan grave por parte del Gobierno y los medios públicos y afines es el último episodio de otros muchos anteriores. La derecha, por cierto, sigue sin darse cuenta que esa violencia se ha fraguado antes en el terreno de lo simbólico o, por decirlo en términos más pedestres, de lo cultural. Ahí es donde se está jugando todo, y en eso seguimos en babia. Lo más increíble de todo es que la izquierda no ha dejado de decirlo nunca, sin el menor complejo ni el menor disimulo, en términos que rozan la imbecilidad, como en el intercambio de obsequiosidades difundido por la Cuatro.

Finalmente, la tensión y el drama tienen una contrapartida, que se aplica, también en este caso, sin mayores sutilezas. En el campo de la violencia terrorista, ahora estamos también en el momento de dramatizar... para aplacar tensiones. Hay que mentir al por mayor. De pronto se ilegaliza a ANV, se desarticulan supuestas células yihadistas, aparecen explosivos presuntamente utilizados por los islamistas en manos de presuntos etarras. ¿Qué nos quedará por ver hasta el día de las elecciones?

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