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José T. Raga

A vueltas con el Norte-Sur

Muestran su buena educación, incluso me atrevería a decir que son dignos de especial consideración, quienes en el lenguaje, que caracteriza la comunicación entre las personas, se atienen a los significados que, bien por etimología, bien por decisión de la Academia competente, o bien por marchamo social contrastado, permiten, por su univocidad, un clima relacional de convivencia sin confusión y con claridad. Hasta los escolares de la enseñanza primaria, al menos así lo era hace ya bastantes años, conocen perfectamente el significado de los vocablos "Norte" y "Sur". Es más, los que están en el grupo de los aventajados saben, incluso, que semejantes términos aparecen en una lección que trata de algo así como de "Los puntos cardinales", la cual, a su vez, pertenece a eso que se llama "Conocimiento del medio". Lo que ya no parece tan claro para los escolares, quizá tampoco era el momento, y ni siquiera para algunos que perdieron hace años tal categoría, es el valor terminológico que hay que dar a aquellos dos vocablos cuando van separados –la evidencia histórica no me autoriza a decir unidos– por un guión.

El comentario es oportuno a la luz de las interpretaciones que surgen del "Anuario Social de España 2001" que auspicia la Fundación La Caixa. Tomando, indebidamente, los términos Norte–Sur se les aplica, sin reparo alguno, a las diferencias económicas, sociales y de bienestar, entre aquellas referencias geográficas enmarcadas en el territorio español. Aunque sólo sea por el respeto debido a la pobreza real, a aquella que se encuentra en un camino sin salida, a la que vive sin posibilidad de horizonte alguno, no puede aplicarse el acuñado término Norte–Sur a lo que pueda ocurrir en el espacio de vida que nos es propio.

La brecha Norte–Sur, porque de una brecha se trata en el mejor de los casos, es la que brota de la disparidad de condiciones de vida –la verdad es que a cualquier cosa llamamos "condiciones de vida"– entre los más de 39.300 dólares USA de renta por cabeza al año en Luxemburgo y los escasos 106 dólares para el mismo año en Etiopía, o los ciento veinticinco en la República Democrática del Congo. Que, cómo se puede vivir con algo menos de treinta centavos al día, es algo que también yo me pregunto. Y, esa renta, es la renta media, no lo olvidemos; ya que, como toda media, buena parte de la población estará por debajo de ella, a cambio de que otra, esté por encima. Eso sí que es Norte y, eso sí que es Sur. Y ¡ay del que pase indiferente ante ello!

Las discrepancias entre Navarra, Baleares, Cataluña o Cantabria, con Andalucía o Extremadura, está más cerca de un problema Este–Oeste, por seguir en la geografía cardinal, que del dramatismo Norte–Sur. Se basa más en lo ideológico que en la escasez casi absoluta de bienes y recursos. Porque, de algún modo, ideología es la posición personal ante el trabajo y el esfuerzo, ante la ocupación y el ocio, ante la privación y el disfrute. Ideología impregnada en la cultura de un pueblo es, la incompatibilidad entre las dimensiones lúdicas de la vida y aquellas que conducen a la adhesión al esfuerzo y dedicación productivas. Ideología es el nihilismo expectante que renuncia a la iniciativa personal, para que sea el sector público –Estado, Comunidad Autónoma o Ayuntamiento– quien, compensando nuestras deficiencias, venga a colmar nuestras apetencias.

Esto, con todos los respetos, nada tiene que ver con el problema Norte–Sur. Su identificación, aunque sólo sea en los términos, es un insulto para los que, en el Sur de verdad, viven en la miseria, mueren de enfermedades, desconocidas en el Norte, sufren hambre y, además, con frecuencia, se ven asolados por guerras y catástrofes naturales. Si no cooperamos para resolver su problema, al menos, no les confundamos.


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