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José T. Raga

Buenismo preelectoral

¿Es el buenismo una enfermedad propia del pueblo español ante el trance de acudir a las urnas?

En vísperas de las elecciones generales, y a la luz de lo que muchas encuestas nos descubren, me asalta una duda que quisiera compartir con los lectores: ¿es el buenismo una enfermedad propia del pueblo español ante el trance de acudir a las urnas?

Muchos dirán, pues es un principio que se ha instalado en la sociedad española desde hace ya varios lustros, que cada uno puede pensar como quiera, opinar como quiera y transmitir públicamente su opinión, cualquiera que ésta sea, pues para eso vive en un país democrático. Hasta ahí, formalmente, no puedo estar más de acuerdo.

Lo que también tiene que aceptar, quien habitualmente sigue el principio de opinar como a cada uno le venga en gana, es que la sociedad, conocedora de tales opiniones manifestadas públicamente, clasifique a sus conciudadanos en dos grandes grupos con múltiples subgrupos: los necios y los sabios o inteligentes.

Los buenistas, con sus notables diferencias, no pueden menos de encuadrarse, todos, en el primer grupo, el de los necios. La actitud del buenista es irracional, pues se basa en hechos, propuestas o circunstancias sin conexión alguna con la realidad en la que se vive.

Si entramos en el subgrupo del buenismo preelectoral, habrá que preguntarse qué trata de conseguir. ¿Intenta explicar el porqué de su voto? Intento también necio, pues a nadie importa la razón de su elección política. Es más, si trata de explicarlo es porque, a todas luces, es inexplicable.

Quizá pueda tener algo de refugio en una causa de exoneración de responsabilidad; que tampoco se precisa, pues en una elección la autonomía de la voluntad, también la de los necios, es el principio supremo. Otra cosa es cómo use cada uno su libertad; pero eso corresponde a su fuero interno, aunque los efectos recaigan sobre toda la sociedad.

En un titular de periódico podía leerse hace muy pocos días que más del setenta por ciento de los votantes de… rechazan pactar con los independentistas. A lo que yo, humildemente, respondo: y qué. ¿O es que piensan que van a poder controlar el hipotético pacto de gobierno, caso de producirse? ¿O acaso con esa aclaración pretenden exonerarse de su responsabilidad en el pacto? Ninguna de esas dos alternativas pertenece al mundo real.

Otros decían que su decisión de votar a una opción política determinada la habían tomado por el blindaje de las pensiones que había conseguido. Pero ¿en qué país viven algunos? Más todavía cuando de lo que más se ha hablado en los últimos años es del estado crítico –de quiebra– de la mal llamada hucha de las pensiones.

Después de la historia democrática, en España y fuera de ella, ¿es posible semejante fe ciega en personas llamadas a gobernar la nación? ¿Puede esa fe convertir en posible lo que por carencia de recursos es imposible?

Buenismo, buenismo y nada más que buenismo…

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