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José T. Raga

El orden espontáneo

Sólo al perverso, al torpe, al mentiroso, al ignorante, al prevaricador, al pródigo despilfarrador, etc. le interesa convencer al mundo de que todos son iguales.

El orden espontáneoque brota en el seno de una sociedad es en el que confiaba el Premio Nobel Friedrich A. von Hayek como fundamento organizativo y autorregulador de la vida en comunidad, superando en bondad y eficiencia a cualquier intento de intervención pública que distorsiona las preferencias y anula la libertad.

Pues bien, ese orden espontáneo nada tiene que ver con la publicitada espontaneidad de las concentraciones: Puerta del Sol en Madrid, Plaza del Ayuntamiento en Valencia, Plaza de Catalunya en Barcelona y así en otras ciudades. La espontaneidad nunca es puntualmente coincidente.

Por ello, sorprende que quienes nunca han considerado la libertad un valor personal, inherente al ser humano, y nunca se han comprometido a respetarla, se afanen en proclamar que las concentraciones de estos días son producto de la espontaneidad de un pueblo que necesita rebelarse contra el sistema establecido. Una espontaneidad que, extrañamente, corea al unísono consignas, lanza mensajes y muestras pancartas con una coherencia que, de ordinario, ni siquiera consigue la más cuidada planificación.

Los reunidos son de condiciones varias. Desde los que están desesperados porque en un país destrozado económicamente no encuentran trabajo ni solución a sus problemas, por mucho que se han afanado en buscarlos, hasta los que fingen una desesperación porque, frente a los anteriores, nunca intentaron buscar soluciones ni resolver sus problemas, esperando que la benevolencia del poder proporcionara satisfacción a sus anheladas aspiraciones. Los hay de buena fe que se unen a lo que consideran una causa justa y a eso le llaman solidaridad; otros, simples observadores, se ven comprometidos con la causa porque estiman bondad e ingenuidad en algunos; en fin, los hay para todos los gustos. Por eso España es el país que más veces se ha lamentado, como el filósofo español, cuando tuvo que reconocer, apenas proclamada la Segunda República, que no era esto, no era esto lo que queríamos.

Engullidos por la organización, poco espontánea, muy estructurada y con dominios en internet registrados desde tiempo atrás, acaban unidos, lanzando mensajes que muestran los intereses a los que sirven; simplemente a aquellos causa de su desesperación que sin vergüenza tratan de capitalizarlos en provecho propio. El mensaje subyacente es que todos los políticos son iguales.

No señores; todos no son iguales. Es más, nadie es igual a otro, pues cada uno tiene su forma de ser personal y, en su singularidad, irrepetible. Sólo al perverso, al torpe, al mentiroso, al ignorante, al prevaricador, al pródigo despilfarrador, etc. le interesa convencer al mundo de que todos son iguales. La igualdad de resultados que sigue pregonando la izquierda sólo se la creen los más ingenuos o, quizá mejor, los más ignorantes.

¿Para quién será la tajada de esta perversa igualdad? Son varias las rapaces que desvergonzadamente merodean con discursos ad hoc para lanzarse sobre la presa –los desesperados con razón–. Mientras tanto, el daño al orden jurídico y a la convivencia política y social ya está hecho.

En España

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