Menú
José T. Raga

Hay que devolverlo

Sus promesas no suelen tener plazo. Incluso cuando le apremian, elude usted magistralmente el plazo para su cumplimiento.

Lo malo de la crisis actual no es tanto la situación económico-depresiva en sí como la conciencia de relatividad extrema que está creando entre los actores de la escena política y económica de nuestro país. Profesan el relativismo y lo difunden con tal profusión en la comunidad de hombres y mujeres que conformamos nuestra Nación, que fácil es asistir a afirmaciones como que nada es verdadero ni falso, que no hay normas de validez indiscutible en el orden temporal de las cosas, y que cualquier opinión es igualmente respetable, tanto la del docto como la del necio, y, si me apuran ustedes, igualmente aceptable.

Aniquilado todo referente a lo cierto, es decir a la verdad científica, que el conocimiento ha consolidado por demostración o ha decantado por contraste de pareceres entre sabios y estudiosos, todo queda al albur de la gratuidad, de la conveniencia o de la improvisación, cuyos resultados mutan a velocidad vertiginosa, sin que tal mutación haga parpadear al sujeto mutante que, con arrogancia extrema, sobrado desparpajo y ausente de vergüenza, deambula de una a otra proclama, haciendo gala de sus propias contradicciones.

Carecen de valor los principios, que se han quedado como reliquias propias de un arcaísmo nostálgico, y con ellos han perdido valor los términos y vocablos que la sociedad necesita utilizar para relacionarse, haciendo que la sociedad sea una pléyade de seres aislados incapaces de entenderse, esperando que el gran padrino les diga lo que tienen que entender y lo que tienen que aceptar como verdadero.

Con razón se ha afirmado que hoy, nada es como parece ser. Y la cosa tiene una importancia que no puede soslayarse. La guerra del lenguaje es una guerra planificada que está produciendo los frutos previstos. Hoy, por ejemplo, se habla de violencia doméstica –bueno ellos le llaman violencia de género–, pero al mismo tiempo se discute sobre si el reciente comunicado de ETA puede interpretarse como un fin de la violencia. ¿Son análogas una y otra violencia? ¿Por qué en vez de interpretar si es el fin de la violencia, no se interpreta si es el final del terrorismo?

Nuestro presidente del Gobierno maneja con gran habilidad esa confusión generalizada que se produce cuando se aplican términos que no representan la realidad de las situaciones que pretenden transmitir. Hace apenas cuarenta y ocho horas, exhortaba a las entidades financieras españolas –fundamentalmente cajas de ahorro– a que se recapitalizaran con el dinero público procedente del FROB. Semejante exhortación habrá convencido a no pocos de que es una gran medida, reflejo de una gran idea, propia de un gran estadista. Nada más lejos de la realidad.

No estoy seguro de que el presidente distinga con nitidez dos conceptos que están arraigados en la contabilidad empresarial, desde los mismos orígenes de ésta. Son los conceptos de pasivo exigible y pasivo no exigible, siendo en este último en el que se enmarca el capital, que en cuanto que no es exigible, constituye el cimiento de solidez empresarial.

Dicho esto, señor presidente, a nadie se le ocurre decir que la entidad se capitalice con una deuda, pues la apelación al FROB no es otra cosa que el recurso al crédito que, como tal, hay que devolverlo, contabilizándose en el pasivo exigible. Una entidad se capitaliza o recapitaliza, es decir, incrementa su capital, bien mediante la aportación de sus accionistas o partícipes –cosa imposible en las cajas por carencia de accionistas, salvo esas cuotas participativas que sabe Dios como terminarán– o mediante la conversión de beneficios en capital social. Esta última vía esta lejos de la imaginación de la mayoría de las cajas, pues las pérdidas, que es lo que tienen, desgraciadamente no se pueden convertir en capital social.

Por otro lado, convendría que lo de la apelación al FROB lo pensara usted dos veces antes de recomendar nada. No sé si queriendo o sin querer –supongo que lo primero– está usted diseñando un modelo de créditos a entidades, cuando no quebradas sí al menos suspensas, poniendo dinero público en manos de aquellos gestores que fueron incapaces de administrar correctamente el negocio bancario, con lo que el resultado último de estos créditos es fácil de prever.

Por si faltaba algo, ese cáncer de las cajas que es la intervención de quien nada se juega en su gestión –políticos, sindicalistas, cámaras, etc.– sigue con todo vigor, después de todo lo que han demostrado los hechos más recientes de la actual crisis financiera –favores a los más afines, proyectos megalómanos, glorificación del poder autonómico...–. No malgaste usted los pocos recursos con los que contamos dejándoselos a los que han demostrado su incompetencia para la gestión.

Y permitan que concluya estas líneas con otra perla de esas que nos lanza el señor presidente a la mayor gloria de la confusión. Yo no sé qué pensarán aquellos empresarios a los que hizo oír su discurso, de la promesa de realizar reformas con o sin consenso. Ellos no sé, pero yo estoy harto de oírle tales promesas y, como dicen los castizos, a día de hoy, la casa sin barrer.

Señor presidente, para no confundir al respetable, el vocablo promesa exige necesariamente la fijación de un plazo. De no ser así, uno puede llevarse al otro mundo un buen catálogo de promesas que, por falta de plazo, no llegaron a cumplirse. Y, tristemente, sus promesas no suelen tener plazo. Incluso cuando le apremian, elude usted magistralmente el plazo para su cumplimiento. Aunque, si lo que quiere es confundir o, dicho de otro modo, engañar, el método que emplea en sus promesas no importa qué clientela tenga como auditorio, es el adecuado para tener engañado al país entero. Pero considere que magos anteriores a usted también lo intentaron, si bien sólo lo consiguieron en un tiempo breve y no para siempre como hubieran querido.

En Libre Mercado

    0
    comentarios
    Acceda a los 1 comentarios guardados