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José T. Raga

La cosa está verde

El kilovatio renovable tiene un coste superior al del de energía térmica o hidráulica; el papel reciclado es más caro que el de materia prima virgen; que el coche eléctrico es más costoso que el de motor convencional.

Y no sólo la cosa, que no tendría más importancia, porque es frecuente que dejando la cosa algún tiempo en buenas condiciones en un almacén acaba por madurar. Lo peor es la persona, su mente, su conocimiento, si es que alguno hay, todo ello, y según en quién, no tiene solución; la maduración es imposible.

Estoy pensando, como bien podrán imaginar en nuestro querido presidente del Gobierno, que ha unido su progresía con la economía verde, aunque yo pienso que se trata del verdín y no tanto de lo verde. Porque, ¿desde cuando ha sido posible el encuentro armónico entre la izquierda política y lo ecológico ambiental? ¿Se le ha olvidado al presidente rojo, como él mismo se calificó, que el país más contaminante en Europa ha sido la Unión Soviética, o ya en Europa Central, la República Democrática de Alemania? ¿Puede aceptarse como buena la contaminación de la República Popular China, o las emisiones que se producen en Vietnam o en Corea del Norte?

Alzarse como salvador del medio en el que vivimos, precisamente por ser de izquierda, o al menos esgrimiendo ese título, es una extravagancia conceptual a la vez que una contradicción histórica. Hacerlo, además, ante un foro en el que hay personas conocedoras del tema, con responsabilidad política, económica y social, que se mueven alejados de arrastres demagógicos, es una insensatez personal, y una vergüenza institucional que sufrimos los españoles cada vez que nuestro presidente saca pecho docente.

Pero lo de Seúl, esta vez, como dirían los jóvenes, ha sido pasarse. El escenario no puede ser más kafkiano. Imagínense que los sesudos señores del G-20, cada uno portador y defensor de sus intereses, aunque tratando de que no se les note, están inmersos en un problema de verdadera importancia para la economía y el comercio mundiales, que es, sencillamente, ese baile sin orquesta de las paridades monetarias entre las distintas divisas de implantación en el mundo económico real.

De ahí pueden salir atrincheramientos entre bloques incapaces de acercar sus posiciones; puede derivarse hacia un proteccionismo, que sería atroz para la marcha económica mundial –tanto más cuanto más pobre sea la economía considerada–; y, por qué no, puede desatarse una guerra, declarada o no, en la que el arma a blandir será la divisa de cada país o consorcio de países, burlando lo que el mercado naturalmente dictaminaría en cada caso.

Pues bien, con semejante atmósfera, nuestro presidente, como si la cosa no fuera con él, lanza la soflama verde, como si eso pudiera interesar mucho a los presentes –empresarios y políticos– atreviéndose a plantear lo verde como la solución magistral contra el desempleo que, sobre todo para nosotros y para algunos más es, junto con las divisas, el problema de mayor gravedad que revisten las economías.

Sin pensárselo dos veces ha hecho un cálculo, como otros tantos a los que nos tiene acostumbrados, afirmando que está dispuesto a crear un millón de puestos de trabajo a través de la implantación de la economía verde. Y, aunque no sea para tomarlo a broma, lo que sí que es cierto es que la economía española está muy verde; como los malos estudiantes, ni siquiera ha empezado a hacer sus deberes. Está tan verde que aquí ostentamos la mayor tasa de paro de nuestro entorno (20%), doblando la media de la Unión, pero el presidente tiene una fórmula, que no se sabe por qué no la ha aplicado todavía.

Las cuentas del presidente, que sinceramente creo que no existen, consideran los puestos de trabajo que se podrían crear si se pasara a la implantación de esa economía verde. No cuenta cuántos obreros quedarían en el paro como consecuencia del abandono de actividades que no cumplieran con aquellos requisitos. Pero, además, querido presidente, a usted le consta que lo verde es hoy sustancialmente más caro que lo que no da con aquella cromatografía; el kilovatio renovable tiene un coste superior al del kilovatio de energía térmica o hidráulica, más aún si la primera es de origen nuclear; el papel reciclado es más caro que el de materia prima virgen; que el coche eléctrico es más costoso que el de motor convencional, etc.

Por todo ello se me ocurre preguntarle al señor ZP que si nuestro nivel de vida hoy implica un consumo de bienes y servicios, por ejemplo, kilovatios de energía, kilos de papel, etc. y deseamos mantener el nivel de vida, ¿cómo se va a conseguir ese objetivo, si esos bienes y servicios tienen un coste mayor, y nuestras rentas son iguales o inferiores en un contexto de crisis económica, que aunque usted diga que estamos ya en recuperación sólo usted ve ese espejismo? ¿Cuánto de peor tendremos que vivir para que ese mayor coste se pueda sufragar? A mí, cuando le oigo –que pese a todo le sigo oyendo, seguramente que por masoquismo–, me gustaría saber datos como estos que le estoy planteando. No se trata de inocentemente cambiar un kilovatio convencional por otro verde; no es un problema de colores. Se trata de cambiar un kilovatio barato por otro caro y, cuando tenga que pagarlo, me daré cuenta de que mi renta no me lo permite, con lo que la solución será consumir menos kilovatios. Vamos, o soy muy tonto o las cuentas, cuando se mira a la cartera honestamente nutrida, no engañan.

Pero, además, ¿cómo se atreve a hablar de eso, cuando usted acaba de dictar normas de protección al carbón, que no es verde, ni siquiera rojo, sino negro? ¿Cómo se atreve a presentarse con semejante discurso, cuando ha cambiado las reglas del juego con las que despertó inversores en energías renovables, que ahora se sienten engañados? ¡Y para eso se hace acompañar usted de un grupo de empresarios, que tienen mucho que hacer para levantar la economía nacional que usted ha derruido, al negar lo que a todas luces era evidente!

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