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José T. Raga

La hipocresía vence a la arrogancia

¿Es que Sebastián tiene una memoria débil? Me parece que no es el caso. Para mí, es que la dosis de hipocresía necesaria para mantener tanta falacia de neutralidad, ha conseguido vencer y desplazar a la arrogancia, que siempre ha iluminado su trayectoria.

Uno ya no está para oír ciertas declaraciones, sobre todo si proceden de determinados personajes que con ahínco se han empeñado en que se les conozca. ¿Dónde está el problema? Pues precisamente ahí, en el empeño en que se les conozca, en que no cesan hasta conseguirlo. Si se dejaran aconsejar por la humildad, o al menos por la prudencia, descubrirían el gran éxito personal que les supondría guardar sus vergüenzas humanas a recaudo de los observadores. Pero no. La arrogancia y la presunción; sentirse voz escuchada entre las multitudes, para bien o para mal; y creer en su capacidad de deslumbrar, aún cuando oscurezcan lo más evidente, les lleva a aparecer públicamente sin pudor alguno, poniendo de manifiesto y presumiendo de todas sus carencias y debilidades.

Las recientes manifestaciones del señor ministro de Industria son motivo de especial perplejidad. Su personalidad se ha ufanado y brillado públicamente como el símbolo de la sabiduría. En ocasiones ha ostentado el magisterio universitario, del que está muy lejos. En otras, no ha tenido el mínimo recato en salirse del ámbito de sus competencias para dejar constancia pública que en política económica, él tiene la última palabra. Ha hecho ostentación, a los ojos de los sufridores españoles, de ser el artífice de proyectos complejos y decisivos para la economía de la nación, como una pretendida reforma fiscal que, a Dios gracias, nunca llegó a ver la luz.

Con gran arrogancia hizo un plan que no se podía llamar de otro modo –viniendo de la mano de quien venía– que Plan "Vive", el cual pretendía reestructurar el sector de la automoción, abriendo cauces indiscutibles para un futuro prometedor sin límites. El fracaso tan estrepitoso del invento no ha disminuido un ápice el gesto arrogante del ministro, hasta el punto de que incluso lo ha reconocido con arrogancia, anunciando la sustitución del fracasado plan por otro nuevo, de éxito más que seguro. Atrás quedan los cientos de millones de euros dedicados a construir el fracaso y, de eso, ni una palabra. Es lo que tiene gastar o malgastar dinero que no sale del patrimonio personal de quien lo emplea.

El señor ministro sabe lo que no sabe nadie, ve lo que no ve nadie, intuye lo que ni el más imaginativo de los seres humanos podría intuir. Pontifica sobre todo, especialmente sobre lo que no pertenece a su departamento ministerial. Con gran esmero entierra en el silencio más sepulcral los fracasos que va acumulando en el devenir de los tiempos. Al fin y a la postre, no le faltan medios de comunicación que se presten al juego según las reglas marcadas por quien bien conoce el futuro y lo que conviene a los españoles; al menos a algunos españoles.

Tan pronto se fija como objetivo el motor eléctrico en automoción, que trata de simular una pelea entre su ministerio y la Comisión Nacional de la Energía para salvaguardar los intereses de los españoles, impidiendo que el precio de la electricidad en los hogares alcance el nivel recomendado por aquella Comisión. Todo se desarrolla como en las viejas películas pero con menos caché: la historia del malo y del bueno, siendo el señor ministro el que adopta el papel del "bueno". Sin duda, su arrogancia no le permite siquiera imaginar que no es universalmente querido por los españoles, pues encuentra el testimonio de su amor a través aquellos que tiene más cerca.

Así las cosas, Sebastián se acaba de presentar con un ropaje nuevo. Confiesa públicamente que no tenía conocimiento de que Gazprom tuviera interés en entrar en el accionariado de Repsol. Es más, que tampoco tenía la más lejana idea sobre el anuncio que el viceprimer ministro ruso, Alexander Zhukov, hizo unos momentos antes de reunirse con el ministro español. Es la primera vez que el ministro de Industria español no sabe de algo y no tiene noticia de lo que se anuncia públicamente. Motivo suficiente, en este caso, de conflicto diplomático entre Rusia y España. Al menos, dada la incorrección política de quien era acogido en nuestro país, podría Sebastián, por dignidad, haber declinado la reunión. Pero en fin, no fue así. La cuestión es que en Rusia, todavía hoy, no importa lo que piensa la sociedad y nuestro ministro tiene muy presentes los votos que le pueden asegurar la permanencia.

Lo que resulta difícil, a poca memoria que se tenga, es que el Sr. Sebastián aluda a que su desconocimiento no le preocupa porque se trata de una transacción privada y en ello el Gobierno no tiene porqué opinar. ¡Hombre, esto ya es demasiado!

Está muy caliente todavía el acoso a la presidencia del BBVA –otro fracaso, a Dios gracias también– que conviene mantenerlo en el olvido. Hasta los más amnésicos recuerdan la vergonzante persecución para el derribo de Endesa a favor de Gas Natural primero y la no menos ignominiosa actuación en favor del consorcio Enel-Acciona.

¿Es que tiene una memoria débil? Me parece que no es el caso. Para mí, es que la dosis de hipocresía necesaria para mantener tanta falacia de neutralidad, ha conseguido vencer y desplazar a la arrogancia, que siempre ha iluminado la trayectoria del señor ministro. ¡Cuánto daría por equivocarme!

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