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José T. Raga

Ni lo tengo, ni lo busco

Hemos pasado de que no existía crisis económica a afirmar que lo peor ya ha pasado y que se ven ya los brotes verdes, aunque el PIB siga cayendo. Y el sistema financiero está cercano a tener que solicitar ayuda del FMI para que todo no se derrumbe.

Lo que hasta ahora podía considerarse por algunos una simple especulación, y por otros una muestra del pesimismo que los enemigos de la nación tratan de infundir en la sociedad para desgastar al poder, a partir de este momento adquiere carácter de realidad evidente. No es que sea más real de lo que ya era hace algo más de un año, sino que tras conocerse los resultados de la última encuesta de población activa (EPA), es imposible seguir negando lo que estadísticamente está demostrado.

La EPA ha venido a confirmar lo que resultaba visible, con nitidez sobrada, para los que además de deambular por el mundo se interesan en observarlo, ahondando en la dimensión de los problemas de quienes viven en su entorno, desde el compromiso humano de tratar de resolver y en todo caso de ayudar a mitigar las situaciones de dificultad, de precariedad y de conflicto que muchos sufren.

La advertencia que, desde páginas bien diferentes, se ha venido lanzando a quienes deberían haberla escuchado, anticipaba lo inevitable. Había poco espacio para la duda; la inactividad, la ausencia de medidas adecuadas para afrontar la crisis como parte de un plan armónico y omnicomprensivo para tal fin, la carencia de una acción decidida de los poderes públicos para buscar la eficacia de las medidas y no la popularidad de las mismas, conduciría inexorablemente al desánimo, a la frustración, al abandono de objetivos y a la renuncia a cualquier esfuerzo, pues, ya desde el principio, se considera fracasado.

Los parches del Gobierno, consistentes en medidas a muy corto plazo, no pasaban de ser el analgésico que encubre el dolor y sus causas, pero que no tiene propiedades curativas, y además es contraproducente si se administra en un período prolongado. Los 400 euros, que todos recordarán, es un buen ejemplo de esa engañifa analgésica, que apenas alivia unos momentos pero que no se puede mantener y, además, nada resuelve. Y como esta medida, el subsidio para la emancipación de los jóvenes, o la subvención para el arrendamiento de vivienda, o en fin, un largo etcétera de mal llamadas medidas para afrontar a la crisis que, lejos de hacer frente a la situación económica en la que vive el pueblo español, sólo puede pretender, en el mejor de los casos, servir de ayuda para vivir en una situación de crisis.

Cuando las otras medidas de más largo alcance no existen, cuando los responsables del Gobierno de la nación permanecen inertes viendo cómo se destruye empleo, cómo cada día se incorporan nuevas personas a la bolsa del desempleo, cómo cada día son más las familias en las que todos sus miembros están en paro, cómo las rentas medias y bajas ven embargar sus viviendas por no poder atender al pago de sus cuotas, hay algo de importancia en la comunidad que se marchita: la esperanza. Es la confianza en conseguir un futuro mejor lo que se ensombrece, convirtiéndose en desesperación.

Ha habido demasiados engaños de quienes no deben mentir, como para seguir confiando en lo que dicen y en lo que prometen. La historia se mueve con gran rapidez, pero no por ello consigue instaurar la amnesia como dolencia nacional. Con voz campanuda se pudo oír que nunca el Estado ni el Gobierno abandonarían a los que pierden su trabajo, y ya ven cómo arañamos los días en un regateo vergonzante para ver a quiénes se les prorroga el subsidio extraordinario por desempleo. Constatamos todos dónde quedó la Ley de Dependencia y su alcance, con dramatismo excepcional cuando afecta a familias y personas de bajo o medio nivel de renta.

Hemos pasado de que no existía crisis económica a afirmar que lo peor ya ha pasado y que se ven ya los brotes verdes, aunque el PIB siga cayendo. El sistema financiero, de salud envidiable, está cercano a tener que solicitar ayuda del Fondo Monetario Internacional para que todo no se derrumbe. Las cuentas públicas, de las que el señor Rodríguez Zapatero presumía por su solidez y solvencia, han pasado a arrojar un déficit superior a los 65.000 millones de euros a fin de septiembre pasado. Déficit que seguirá acumulando nuevas cantidades y que está llamado a convertirse en deuda pública que pagaremos nosotros y nuestros hijos mediante nuestro esfuerzo en los años venideros. Ya ven ustedes de qué sirvieron los discursos de señor presidente del Gobierno presumiendo del superávit de cinco mil millones en el pasado mes de febrero. Lo que sí hay que proclamar, y de lo que hay que admirarse, es de la capacidad de nuestro Gobierno para volatilizar los recursos. ¿Cómo se ha podido llegar a este déficit? Si ustedes no lo pueden comprobar en las condiciones económicas de sus vidas, es que, a buen seguro, el dinero público se ha gastado mal.

Por todo esto, por dramático que sea el resultado de la EPA, no puede ser más real: en el tercer trimestre que acaba de finalizar, 99.400 personas en paro y desesperadas han decidido tirar la esponja, manifestando que ni tienen trabajo ni van a seguir buscándolo. Han perdido toda esperanza, están hartos de promesas y de engaños. Mientras tanto, la política se entretiene en cosas tan urgentes y tan significativas para el bien común como desenterrar a los muertos, bien para entregarles a unos el carné del partido, bien para asegurarse de que otros están muertos. ¡Cuándo llegarán a entender que los muertos quieren paz y los vivos actividad!

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