Menú
José T. Raga

No hay quien lo crea

Frente a todos estos sufrimientos, su corte celestial o, mejor, infernal de ministros, ministras, ministrucos y ministrucas, ahí siguen sin saber por qué, mandando y disponiendo en un constante prohibir.

Les puedo asegurar que he hecho todo lo que he podido para confiar en él, para creer cuanto comunica, al menos cuanto comunica de forma oficial, y no he conseguido mi propósito; me es imposible. Lo malo es que pienso que no soy el único, por lo que si mi enfermedad es una epidemia que ha hecho presa de nuestra sociedad, la labor de un gobernante la veo difícil cuando los gobernados no le creen; no creen en sus postulados, tampoco en sus objetivos, por lo que aquellos slogans de "todos juntos podemos", "arrimando todos el hombro lo conseguiremos" suenan a frases vacías, carentes de sentido, o a ofensas directas a los ciudadanos que se sienten vapuleados, como pelotas de ping pon, golpeados hasta el remate por gobernantes sin escrúpulos.

El Debate sobre el Estado de la Nación del pasado miércoles día catorce de julio –la verdad es que no sé por qué le llamo así, porque de debate tuvo muy poco, y en cuanto al Estado de la Nación, como de costumbre, brilló por su ausencia– no pudo ser más deprimente. Un rifirrafe de descalificaciones mutuas, que en nada aclaran los temas que el pueblo español siente como apremiantes y que, si me apuran, ni siquiera consiguen interesar a los propios parlamentarios; las ausencias son más elocuentes que las presencias.

La cosa es tan grave que no pocos grupos y grupúsculos políticos en la Cámara Baja, después de poner a caldo al señor presidente del Gobierno, siguen ofreciéndole el cauce para el pacto –un pacto por interés de grupo, que no por bien común– sin que ello les avergüence ante sí mismos y ante la sociedad en su conjunto. Por eso, la tragicomedia de cada miércoles es cada vez más difícil de soportar.

Cuando la clase política, en general, carece de vergüenza, cuando la estima personal está por los suelos en busca de una utilidad próxima, cuando la dignidad no se considera el mayor patrimonio de la persona, la estructura toda del sistema político está montada sobre arenas movedizas, careciendo de consistencia y de solidez. El Estado de Derecho se resquebraja dando lugar a la confusión e interferencia de los poderes –como bien pronosticó Alfonso Guerra "Montesquieu ha muerto"– y el Ejecutivo, que es quien maneja los cuartos aunque los maneje mal, tiene el privilegio de condicionar al resto de los poderes del Estado de Derecho, que sólo lo será en la medida de su independencia.

Por eso, la mentira profusamente difundida, la falsedad incluso ante los tribunales y bajo juramento, es decir, el perjurio, y el engaño, como quiera que se le llame, se han convertido en simples datos de un historial de vida que tienen tanto más valor cuanto con mayor frecuencia se hayan practicado. El presidente es un simple eslabón de esa cadena triste que estoy describiendo. Hoy blanco y mañana negro, con el mismo aplomo, sin parpadeo. Es más, en no pocos casos hoy por la mañana en Madrid, blanco y, hoy mismo por la tarde, en Bruselas, negro; y aquí no ha pasado nada.

Como serán las cosas que ahora el señor ZP se nos presenta como paladín de la energía nuclear, dispuesto a prolongar la vida de tales centrales tras las repetidas amenazas y hasta decisiones de su cierre. Reducir las ayudas a las energías verdes es también uno de sus objetivos, después de haber engañado a no pocos para desarrollar su producción acumulando un buen número de inversiones de cuantías apreciables. También considera ahora que sólo flexibilizando el mercado de trabajo se podrá recuperar la economía y fomentar el empleo, cuando por activa y por pasiva había advertido que esas medidas, propias de un capitalismo salvaje, nunca se establecerían en España. Hasta lo más garantizado en el escenario socioeconómico español, que eran las pensiones, están ahora ya en proceso de reforma, para desgarantizar lo que estaba garantizado. Y todo eso, sin que se le mueva un músculo, sin reconocer ante el pueblo español que su gestión ha sido nefasta, que su prodigalidad, haciendo regalos innecesarios y a gentes que ningún atributo tenían para ello, le han obligado ahora a negar derechos adquiridos por los españoles mediante el sacrificio de muchos años en sus vidas laborales.

Su torpeza es tal que, tras promulgar la reducción salarial de los funcionarios, un tribunal ha declarado tal norma contraria a derecho. Una reducción que, además, se incluía en el paquete de medidas para afrontar el déficit público, presentado a la Unión Europea, por lo que si su imagen parecía que no podía deteriorarse más en el exterior, este es un nuevo golpe inesperado que desmorona un artesonado de ficción, cogido con alfileres y sólo sostenido por la propaganda irresponsable.

Nuestro endeudamiento alcanza niveles insoportables, y la capacidad del Estado para colocar la deuda pública en el exterior es cada vez menor y a tipos de interés que ya sobrepasan el cinco por ciento; más de dos puntos porcentuales por encima del bono alemán. Si en el exterior no, acude a los bancos españoles para que se endeuden ellos con el Banco Central Europeo y con los préstamos obtenidos compren la deuda que no puede vender fuera; unos préstamos que en junio superaron los 126.000 millones de euros, mientras siguen con dificultad de financiación la mayor parte de las empresas productivas españolas. Pero el presidente, impertérrito, como si la cosa no fuera con él, lanzando su palabrería, amenazando a los españoles que cada día les cuesta más vivir, confrontando con las fuerzas políticas y sociales, y prometiendo ahora que va a gobernar. ¡A buenas horas mangas verdes!

Frente a todos estos sufrimientos, su corte celestial o, mejor, infernal de ministros, ministras, ministrucos y ministrucas, ahí siguen sin saber por qué, mandando y disponiendo en un constante prohibir, puesto que hacer es mucho más complicado, reduciendo la libertad de los españoles a niveles que muchos pensábamos ya olvidados. Y el examinador, Comisión Europea y ECOFIN, diciéndole que no es suficiente, que tiene que hacer más, lo que no significa hablar más, sino concretar más medidas eficaces para equilibrar las cuentas públicas.

Por este camino, queridos conciudadanos, lo peor aún no ha llegado, así que no sonrían que no hay motivos para la alegría, porque él hará lo que quiera, y nosotros a sufrir hasta que Dios quiera.

En Libre Mercado

    0
    comentarios
    Acceda a los 1 comentarios guardados