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José T. Raga

Una abstracción sin utopía

Estas capacidades peculiares para abstraerse de lo real y refugiarse en ese nirvana cósmico, se dan de forma muy generalizada en aquellos que responden al apelativo de políticos.

Resulta fascinante la capacidad de determinadas personas para abstraerse de la realidad. Bien es cierto que unas lo logran más que otras, ya que a no pocos mortales alejarse momentáneamente del mundo real les puede sumir en la miseria, y la miseria, sí que es real. Pensemos, por ejemplo, en esa sentencia inapelable que condena al empresario –me refiero naturalmente al empresario de verdad, no al que vive de los favores del Gobierno– a estar siempre atento a las alteraciones del mercado para ajustar su producción y obtener beneficios. De no hacerlo, simplemente, desaparecería, sin posibilidad de endosar la responsabilidad a terceros invitados o a benefactores que asuman su incompetencia.

Sin embargo, otros seres parecen estar llamados a vivir y a hacer vivir a los suyos en la inopia –en un estado de nirvana en el que todo es maravilloso– de modo que hasta la perversión más lacerante, hasta la mayor de las desgracias, son recibidas con optimismo –pretendidamente contagioso– como si nada mejor les hubiese podido ocurrir en su vida. Porque en su esquema, el mundo no es como realmente es –eso sólo se da para los derrotistas antipatrióticos–, sino que todos deben de convencerse de que únicamente el gran padrino es capaz de ver lo que los demás no ven y de prever lo que los demás ni siquiera serían capaces de imaginar.

Estas capacidades peculiares para abstraerse de lo real y refugiarse en ese nirvana cósmico, se dan de forma muy generalizada en aquellos que responden al apelativo de políticos. Éstos no son los que se preocupan de la polis, de la vida en comunidad, sino los grandes padrinos cuyo objetivo se concreta en ordenar, disponer y gobernar las relaciones y los intereses de los ciudadanos que los sufren.

Siglos atrás, éstos estaban nutridos de una ideología que tratando de acercarse a un ideal constructivo de la vida social, tenía el peligro de hundirse en la utopía y en una desconexión evidente de la realidad. Hoy, la cosa es mucho más simple. Huyendo de la ideología, que cuidadosamente han marchitado, y guiados sólo por la captación de un voto en cautividad, no tienen el mínimo riesgo de refugiarse en la utopía, qué más quisiéramos. Aunque, eso sí, se alejan de la realidad para abstraerse en un mundo de diseño pretencioso, equívoco y farsante, que con un buen aparato mediático convencerá a muchos, quienes renuncian desde el principio a su comprobación, pues lo que viene avalado por el padrino no puede ponerse en duda.

Y, de todos los seres que deambulan por el universo mundo en eso que se suele llamar la acción política o la política activa, es el socialismo universal el que adquiere, con todo honor, el puesto más relevante.

No quería hoy poner ejemplos de nuestro país, porque también yo quería abstraerme de la dura realidad –aunque sólo fuera por higiene mental– pero en el recuerdo de todos está la imagen inconcebible del presidente del Gobierno de un país llamado España, sumido en el desastre económico –con la mayor caída en años del PIB, con la mayor tasa de desempleo de todos los países desarrollados y con el mayor déficit por cuenta corriente del mundo industrializado– que pretende exponer sus fórmulas mágicas a los líderes del G–20, como solución, suponemos, para combatir su necedad y ceguera. ¿Qué es esto? Abstracción sí, de un mundo cuya realidad golpea cada minuto a cada español; utopía, no, porque ninguna idea es perceptible en el horizonte, a no ser que a la arrogancia, ahora, se la considere una idea.

Al igual que Rodríguez Zapatero escapa de la realidad, la señora Martine Aubry, secretaria general del Partido Socialista Francés, ha vivido otra abstracción apenas unos días en nuestro propio país (por eso estimo que debe ser cosa del socialismo). "Los europeos deben unirse para ofrecer una mano tendida a Obama", fueron sus palabras. Lo cual nos lleva a la irreal situación de un Obama inquieto, en un ir y venir constante, con la atención puesta en aquellas rendijas del resquebrajado habitáculo humano, en alerta de por qué espacio se le tenderá la mano europea, que vendrá a solucionarle sus problemas.

Pero, además, semejante soflama tiene su origen en una persona que ha accedido a la Secretaría General de su partido por un puñado de votos de diferencia sobre su contrincante. La señora que promueve la idea de la unidad de los europeos y que está dispuesta –porque para eso es francesa– a ser el catalizador de tal unión, tiene su propio partido roto, con disidencias internas de tanta entidad como para que se creen nuevos partidos; es el caso de Jean-Luc Mélenchon y su "Parti de Gauche".

Y, uno, desde la mayor de las humildades se pregunta, ¿por qué estos socialistas, que no son capaces de ordenar su propia casa, asumen con jactancia el papel de redentores para resolver los males de la humanidad entera? Sólo se me ocurre una respuesta: ceguera para con la realidad propia y ausencia de ideas de las que habrían podido brotar la conciencia de su pobreza, pequeñez, insignificancia y, en última instancia, por si ninguna de éstas se hiciera efectiva, de su ridículo universal.

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