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José T. Raga

Una reforma para seguir igual

Definido que absentismo es la ausencia del trabajo en unas jornadas a lo largo de un período, el absentista debe ser despedido de forma inmediata para la propia salud laboral de la empresa y por respeto al resto de los trabajadores de la misma.

No sé cuándo se tomarán las cosas en serio y cuándo decidirán, cada uno desde su responsabilidad, asumir la función que tienen asignada de gobernar para el bien de la Nación, mirando al pueblo y a sus gentes, y sin concesiones a una galería que, por otro lado, no se sabe lo que quiere. Porque lo que se está haciendo habitualmente –resulta doloroso reconocerlo–, es hacer como que se hace, desde el convencimiento de que no se quiere hacer nada que vaya más allá de la pura apariencia. Esa apariencia, sin embargo, es la que obliga a moverse y a mover a personas e instituciones, entre ellas hasta el propio Parlamento, para mostrar que se intentan resolver problemas haciendo lo que se sabe, a priori, que no sirve para nada.

Ayer jueves validaba con su aprobación el Congreso de los Diputados el texto de la llamada reforma laboral, a sabiendas –hasta los más tontos así lo tienen asumido– de que la reforma reforma tan poco que todo va a seguir igual; ello además de que no se abordan los problemas fundamentales del mercado de trabajo, entre los que el coste del despido es sólo uno, y no el elemento determinante, de la reforma que pueda flexibilizar el mercado, si con ella se pretende reducir sustancialmente el volumen de desempleo.

Las causas objetivas, en cuanto que determinantes del despido con indemnización de veinte días de salario siguen pendientes de la interpretación del magistrado de lo social, cuando, aún proponiendo fórmulas cuasi matemáticas encontraría el juzgador algún vericueto para estimar que las pérdidas no son tales o que, siéndolo, no ponen en peligro la viabilidad de la empresa. El texto, sin embargo, aún conociendo la tendencia interpretativa de los juzgados de lo social, opta por una redacción de escasa concreción, por lo que el resultado del fallo es más que previsible.

Dicho lo cual, y con ser importante, no considero que se trate de la piedra angular de lo que el mercado necesita para que se cree empleo. Más importante que el despido es el empleo en sí mismo considerado; es decir, las condiciones de contratación de un trabajador que va a desarrollar una tarea en un proceso de producción o distribución de bienes o servicios. Aquí, el presidente del Gobierno o no lo sabe o no quiere saberlo, las cuentas son muy claras y determinantes para el sí o el no de la contratación; que se lo pregunten a esos casi cinco millones de parados que deambulan errantes en busca de una solución para sus vidas en la que se haga presente su dignidad como personas y como trabajadores.

A la hora de incorporar un trabajador a la empresa, el empresario se mueve entre dos frentes, ambos igual de inapelables: de un lado, el rendimiento del trabajador en el proceso de producción o distribución, es decir, más o menos su productividad; de otro, el coste del trabajador para la empresa, es decir, su salario más las contribuciones empresariales a la Seguridad Social, que el empleador ingresará por cuenta del trabajador. ¿A que es muy sencillo? Pues más sencillo aún es que cuando la segunda magnitud –el coste del trabajador para la empresa– supera la primera –el rendimiento del trabajador en el proceso económico empresarial– el resultado es que no se llega a producir la contratación y el trabajador permanece en el paro por días sin término. Y esto es así diga lo que diga el presidente del Gobierno y vociferen lo que vociferen los sindicatos que, por lo visto, de trabajo saben más bien poco.

Pues bien, en la legislación española vigente hoy, y que en esta materia seguirá vigente por los tiempos, la fijación del salario y su revisión se establecen en una galaxia –la que habitan las centrales sindicales y las organizaciones empresariales– para, desde ella, sin conexión alguna con las especificidades de cada empresa, establecer los niveles salariales para las distintas categorías en el empleo. Que cada empresa es un mundo y cada trabajador también es algo que saben hasta los peores de la clase, pero por lo visto a los representantes de empresarios y trabajadores les importa muy poco que así sea. Su feudo es el de establecer salarios y, cuando llegan a un acuerdo, los establecen para bien o para mal; más bien para lo segundo.

Esos sindicatos y sus liberados en las empresas, y esos empresarios, son una verdadera rémora para el mercado de trabajo y para la sociedad en su conjunto y, a ellos, y a quien se lo permite, la sociedad les debería pedir cuenta del éxito de la negociación colectiva: cinco millones de parados en números redondos. Buena parte de ellos estarían encantados de trabajar, aunque fuera a un salario menor que el que los galácticos han decidido como salario mínimo, pero eso, a éstos, no les quita el sueño. Al fin y al cabo es su parcela de poder la que está en juego, y no están dispuestos a prescindir de ella, aunque el paro afecte a la población entera.

Y si no hay disciplina en la ecuación planteada –rendimiento/coste–, qué decir de la disciplina del trabajador en la realización de su tarea. ¿Es el absentismo algo más que un dato estadístico sin más trascendencia que la que pueda tener la hora a la que sale o a la que se pone el sol? El absentismo es un lastre económico de gran importancia para el coste empresarial de la producción. Es, además, un instrumento que siembra el desánimo entre los trabajadores que sí que trabajan; juzgadores rigurosos de los compañeros que se hurtan a las obligaciones laborales, poniendo en peligro la supervivencia de la empresa.

Sin embargo, el texto que ayer pasó el examen en el Congreso debe de considerar que la cosa no es para tanto y que son las picardías y diabluras propias de un pueblo imaginativo como el español. En un marasmo de cifras porcentuales calculadas para meses continuos o para períodos intermitentes, siempre con sumisión a la media de absentismo de la plantilla, la norma acaba considerando no absentista a quien sí que lo es, porque en ese juego de cifras se acaba negando la evidencia. ¿Para qué la referencia a la media de absentismo de la plantilla? El absentista lo es con independencia de lo que haga el resto de la plantilla. Definido que absentismo es la ausencia del trabajo en unas jornadas a lo largo de un período –el que sea–, el absentista debe ser despedido de forma inmediata para la propia salud laboral de la empresa y por respeto al resto de los trabajadores de la misma. ¿Pero es que estos sabios no se han paseado nunca por una planta de producción o de distribución?

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