Menú
Juan Carlos Girauta

¿A qué huelen las nubes, presidente?

Sí, cuéntame qué le pasa a la generación de Zapatero, que me sé de memoria. Qué le pasa a la casa que ya no huele a rancio porque no huele a nada

Lo que está sucediendo en España tiene clave generacional. Si se trataba de borrar la filosofía política de la Transición y la conciencia cívica de una democracia imperfecta y deseable, con los trazos históricos de su advenimiento, proyección y sentido, lo están logrando. La estancia está aireada, aventado el ambiente de pensamiento, vicio que regresaba una y otra vez sobre las mismas angustias colectivas y tenía la ventaja de metabolizar en cada capa el elixir del genio anterior. Cosa pasada. Lejos de nosotros la funesta manía de pensar, como quería el frontispicio aquel. Objetivo alcanzado. Y el intelecto, mientras, escondido, aterido, desnudo y tiritando desde que le robaron el traje de la cultura en el puerto de arrebatacapas. Nadie sin estabular merecerá ya el nombre de intelectual.
 
Meca de las ocurrencias y de la inmediatez publicitaria, atmósfera despejada donde la discrepancia es siempre inoportuna. Y las contradicciones, y las dudas. Qué alegría. Brisa fresca y sin pasado (de adanismo habla Alfonso Guerra) de una generación inesperada, súbita, que ha venido a mandar luciendo una plenitud de poder y un vacío de autoridad sin precedentes. Vienen con sus caceroladas y con sus zeroladas, vienen a convertir sus fantasías antifranquistas en operaciones de imagen para la era de los gurús con corbata. Vienen a tocarle la pera a George Bush por pura afición al deporte de riesgo. Generación que no puedo ignorar porque es la mía. La primera opulenta en el país del hambre real y metafórica, visceral y poética, canalla y asceta. La primera sobrada de estímulos, si bien en su mayoría audiovisuales. Amamantada en las ubres catódicas de Laura Valenzuela y sus galas con Joaquín Prat, encanecida con MTV, cool hunters y pícaros que no han leído el Siglo de Oro. La primera que disolverá el alma del Buscón, su instinto persistente, en un grumo prestado o inducido de melancolías espurias: Cuéntame.
 
Sí, cuéntame qué le pasa a la generación de Zapatero, que me sé de memoria. Qué le pasa a la casa que ya no huele a rancio porque no huele a nada. ¿A qué huelen las nubes? Hubo algo incómodo y grande en todas las generaciones anteriores hasta los afrancesados, gente que no tenía nada que ver con Moratinos. Algo que pereció torturado de interrogantes, doliente agonía identitaria. Empeño inútil, uno no puede dejar de ser lo que es. Salvo que nada sea, es decir, salvo que sea apariencia, holograma, fantasma, al cabo el itinerario moral de los resentidos, de los acomplejados crónicos, de los que se detestan, de los inventores de naciones inmaculadas y de los que quieren matar al padre. La cuestión en España ya no es “tú qué propones” sino a qué ganadería perteneces. Tierra aséptica, libre de la tufarada de los siglos, presidida por un traje vacío. Es muy difícil discutir con nadie.

En Sociedad

    0
    comentarios