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Juan Carlos Girauta

¡Ay!

Ay, España. Ay, jueces que ya hemos visto antes. Ay, ministro del Interior cuya cara nos suena demasiado. Ay, el eterno retorno. ¿Por qué no fundaría Pablo Iglesias un casino para tipógrafos jubilados?

Nos espeluzna imaginar a un servidor del orden corriendo al bar de un etarra para pegarle a la oreja un móvil a través del cual otro policía da un chivatazo que aborta una operación contraterrorista. Pero si uno de ellos fuera el jefe de seguridad del PSOE y la llamada partiera de un número telefónico a nombre del partido, además de espeluznarnos nos devolvería de golpe al tiempo en que las cartucheras de los agentes de la seguridad del Estado y de los militantes socialistas se confundían en la madrugada.
 
Esperemos que el tiempo no retroceda tanto con la recuperación de la memoria histórica. El telefonazo en el momento y lugar precisos se debe investigar con celeridad y transparencia; el menor intento de obstruir esa investigación, el más ligero chorro de tinta rubalcábica sería para llevarse las manos a la cabeza y salir corriendo de un edificio institucional que amenaza ruina.
 
Descubrir un sistema de vasos comunicantes entre el partido que gobierna y el ministerio del Interior es dar con una patología que conduce a la infección fatal de los aparatos del Estado. No serán los diligentes y honrados policías los que contagien su probidad al PSOE. Será más bien lo contrario de lo opuesto. Los síntomas son preocupantes. Telesforo y Santano prepararon sus respectivas comparecencias ante la Comisión del 11-M en una sede socialista. ¿Por qué? ¿Qué explicación hay que no sea vergonzosa?
 
Rubalcaba responde a la sentencia judicial por las detenciones ilegales de militantes populares con premios al contado. Bingo para los que adaptaron sus declaraciones a las de Bono, más falsas que un duro falso. Más falsas que el informe del typex al que le ha dado la vuelta Garzón, logrando al fin protagonismo en un asunto que le atrae irresistiblemente desde la misma mañana de la tragedia.
 
Ay, España. Ay, jueces que ya hemos visto antes. Ay, ministro del Interior cuya cara nos suena demasiado. Ay, el eterno retorno. ¿Por qué no fundaría Pablo Iglesias un casino para tipógrafos jubilados?

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