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Juan Carlos Girauta

Ciertas tribus de Borneo

En eso consistía finalmente la estrategia de Zapatero para perpetuarse en el poder, rediseñar la estructura territorial de España sin el concurso del PP y, a partir de ahí, inundarnos de dulces sonrisas y tiernas palabras

Si el adanismo caracteriza al presidente del gobierno, no es de extrañar que el cainismo prospere entre su prole partidaria. Esa bromita de Blanco el Capaz acerca de dialogar incluso con el PP es el más claro aviso de que los socialistas ya esgrimen la quijada y se acercan por la espalda al partido de Rajoy, donde muchos se creían, a pesar de todo, hermanos de los socialistas siquiera en el País Vasco, víctimas como han sido y como son del mismo entorno irrespirable.
 
Tratar mejor a la ETA que al PP bien pudiera deberse a un contagio causado por la inquietante cercanía de la Esquerra. Existe un gran tripartito que, como una mancha de aceite, se va extendiendo por toda la nación desde que la primera gota cayera en Cataluña. Son sus miembros, claro, los socialistas, los criptocomunistas verdes y el magma separatista periférico. Si los separatas de turno son en algún caso una banda asesina, o sus apoderados, pues qué se le va a hacer.
 
En eso consistía finalmente la estrategia de Zapatero para perpetuarse en el poder, rediseñar la estructura territorial de España sin el concurso del PP y, a partir de ahí, inundarnos de dulces sonrisas y tiernas palabras. Con la unidad del poder judicial quebrada y con renovados estatutos de autonomía al borde de la soberanía compartida. Para amenizarlo, una larga fiesta de “recuperación de la memoria histórica”, exhumaciones selectivas, derribos varios, descabalgamientos y revisión de polvorientos sumarios. Una gozada.
 
Zapatero se cree capaz de encarnar no sólo a Adán, sino también a Caín y a Abel, todo a la vez. Es el hombre bueno que no condena la violencia contra el PP, el líder de nuevo cuño que va a pagar un precio por la paz. El escrupuloso estadista que se pasa la ley de partidos por el arco del triunfo. Aúna la exclusión del adversario y el buen talante. Quien se engaña con él es porque quiere engañarse. Trato de imaginar el futuro que nos depara este hombre tan amable y me asalta el recuerdo de un pasaje deTótem y tabú, de Sigmund Freud: algunas tribus de Borneo, tras decapitar al enemigo, dedican todo tipo de atenciones a la cabeza, “dedicándole los nombres más dulces y cariñosos que el lenguaje posee, introduciéndole en la boca los mejores bocados de su comida, golosinas y cigarros y rogándole encarecidamente que olvide a sus antiguos amigos y conceda todo su amor a sus nuevos huéspedes.” Lo más escalofriante es el comentario final de Freud: “Se equivocaría aquel que en esta macabra costumbre, tan horrible para nosotros, viera una intención irónica.”

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