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Juan Carlos Girauta

Conmemoración

Las municipales de abril del 31 las ganaron los monárquicos: 22.150 concejales, frente a 5.875 del lado republicano. Pero los vencedores decidieron que habían perdido, y cuando uno quiere perder, pierde.

Lo que vamos a conmemorar empezó con el agotamiento y la traición de un gobierno de nombres ilustres, la depresión de un rey y el inesperado ascenso de un grupo de tertulianos de rebotica y ateneo. Los agotados, los desmoralizados, los traidores se llamaban Romanones, Sánchez Guerra, Almirante Aznar.

Para convertir a un traductor de Voltaire, escritor sin lectores y funcionario cincuentón llamado Manuel Azaña en "el hombre de la República", y para que ese hombre contagiara al nuevo régimen sus propios defectos y virtudes, hizo falta que se encadenaran una serie de circunstancias: una casta intelectual marcada por el Desastre del 98, el vacío de poder, unas elecciones municipales, un relevo encarnado en el círculo de republicanos de nuevo cuño formado en la farmacia del doctor Giral, en la calle de Atocha.

Las municipales de abril del 31 las ganaron los monárquicos: 22.150 concejales, frente a 5.875 del lado republicano. Pero los vencedores decidieron que habían perdido, y cuando uno quiere perder, pierde. Gran parte de la historiografía sigue insistiendo en que el voto rural no era fiable a causa del caciquismo, pero la raíz del salto hay que buscarla en la consunción del régimen tras la Dictadura. O durante la misma. Por otro lado, ¿no había caciquismo cuando el PSOE colaboraba con la Monarquía, cuando Largo Caballero, el futuro "Lenin español", estaba en su gobierno?

La Segunda República adolecería de ilegitimidad de origen si no fuera porque unas autoridades rendidas reconocieron un triunfo que jamás se había producido. Y porque el poder tiene horror al vacío. Si leemos las memorias de los protagonistas, descubriremos que los primeros sorprendidos fueron los conspiradores republicanos.

Maura y Alcalá Zamora –que presidiría la República durante un lustro– habían sido monárquicos casi hasta el final. De Lerroux, el único republicano de abolengo, desconfiaban todos. Azaña había huido meses atrás por una puerta trasera del teatro Calderón, durante una ópera, al saber del fracaso del pronunciamiento de Jaca, cuando los seguidores del "héroe" Fermín Galán mataron a un general, un capitán, dos carabineros y un sargento.

Cuando Alfonso XIII pidió a Sánchez Guerra que formara gobierno, éste se presentó en la cárcel Modelo a ofrecerles a los conjurados su incorporación al gabinete. Azaña se perdió la "fiesta" carcelaria (Mauradixit) porque llevaba cuatro meses escondido; los pasó redactando la novelaFresdevalmientras la historia se aceleraba a su favor, aunque por entonces sus compañeros le daban por dimitido de cualquier responsabilidad. Sólo Maura era consciente de la debilidad del adversario. Sólo él comprendió desde el primer momento que les iban a servir el poder en bandeja. La República nació de un grupo de diletantes simplemente porque estaban ahí cuando España se convirtió enres nullius. Seguiremos celebrando.

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