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Ni siquiera después de que Montilla le recordara que la Generalitat no se gobierna desde Mérida ha entendido Ibarra lo que nos estamos jugando ni qué papel desempeña cada cual en la minuciosa desconstrucción de España que planea su compañero Maragall. Unos desconstruyen para que otros puedan destruir, y si Carod es un escorpión subido a lomos de Maragall, eso no convierte al president en la rana de la historia. Carod viaja encima de otro escorpión con bigote y flotador, el del millón de votos del cinturón industrial. Por mucho que se piquen, muerdan e inoculen, ambos comparten veneno e intenciones. De vez en cuando, el escorpión abiertamente independentista abandona por un rato al escorpión veladamente independentista y navega por la charca ensangrentada a caballo del escorpión terrorista, que no se acaba de hundir porque camina sobre centenares de cadáveres. A ojos de los otros escorpiones, los muertos confieren un gran prestigio.
 
Y si esto les parece duro, ¿por qué defienden el diálogo con los asesinos que se pretenden soldados y no, por ejemplo, con los uxoricidas, los parricidas, los pederastas o los pirómanos? ¿Qué virtud reconocen a los que mataron a casi un millar de españoles para considerarlos dignos de sentarse a una mesa de negociación? En esta historia sólo hay escorpiones. La rana está en Madrid, se llama Zetapé y accedió a su jefatura batracia gracias a un par de escorpiones llamados Balbás... y Maragall.
 
Mal orientado va Ibarra si no se ha dado cuenta aún de quién es quién. No dudo del sentido patriótico del presidente extremeño, pero sí de su sagacidad. Debería ponerse unas gafas oscuras y un sombrero y darse un paseo por la calle Nicaragua de Barcelona para enterarse de una vez del profundo desprecio con que sus conmilitones catalanes se refieren a él, a sus palabras, a su persona, a lo que representa. Confundir al escorpión Maragall con la pobre rana de la fábula es ignorar que Maragall y Carod lo comparten todo. Puede que el republicano suene más osado, aunque las referencias a futuros dramas no son suyas, que yo recuerde.
 
Si ya fue peligroso para Zetapé convertirse en rey de los batracios socialistas gracias a un par de escorpiones, cifrar sus esperanzas de llegar a la Moncloa en la asistencia de un zoo de animales venenosos es simplemente suicida. Zetapé tiene todo el derecho del mundo a suicidarse por inoculación masiva de veneno, pero, ¿qué será de este país si la rana queda investida presidente merced a los variopintos portadores del rencor antiespañol? ¿Necesita Ibarra ver como acaba el cuento para aprender la evidente moraleja? Es urgente que alguien se lo explique, y que él haga lo propio con los muchos extremeños de Cataluña, a ver si nos ahorramos la catástrofe.

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