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Juan Carlos Girauta

El activista en meyba

El cabecilla de los asaltantes de Mallorca habrá considerado que, con un hombre como Zapatero en La Moncloa, es posible forzar algunas cosas, saltarse algunas normas. Y se habrá reafirmado al ver que las fuerzas de seguridad no se lo impedían.

El rescate de eso que los socialistas y su guarnición llaman “la memoria histórica” no se entiende sin la previa mistificación, la ocultación de datos esenciales, las interpretaciones de parte y, en fin, la conversión de la historiografía en una rama de la propaganda. Así puede la Calvo acabar de torcer el contencioso de los papeles de Salamanca trazando sobre la España del siglo XXI burdas líneas divisorias de un pasado que, por supuesto, desconoce: “La derecha española ya tiene sus papeles porque se los devolvió Franco.” Tratándose de documentos de particulares, la afirmación equivale a presuponer que los dos bandos de la Guerra Civil no se han movido, que todos los descendientes de los nacionales siguen siendo nacionales y los de los rojos, rojos. Que hay nacionales y rojos. Hay que ser mendaz, o irremediablemente ignorante, o malvada. O todo a la vez.
 
Así puede también un sujeto con el carné de diputado en la boca, el mismo activista con corbata que atribuyó a Aznar el deseo de un gran atentado terrorista, asaltar en meyba el domicilio del director de un diario molesto. Quiera el destino que esta puesta al día de la acción directa -comunicados y fotógrafos mediante- no acabe haciendo a los suyos responsables de una profecía autocumplida. El mayor problema es que su socio es presidente del gobierno español, por mucho que parezca un curioso maniquí con dispositivos para agitar los dos brazos a la vez y enfatizar con esdrújulas las consignas que le graban sus asesores. Un presidente legítimo consagrado a transformar el concepto de legitimidad, empeñado en obviar la Transición, en negar su valor a la providencial solución “de la ley a la ley” que convirtió a España en ejemplo de democratización sin fratricidio y en espejo para las naciones en busca de libertad.
 
Obviar la Transición para sacar del baúl de los recuerdos malditos la legitimidad sin distingos de la Segunda República. Pero no hay legitimidad sin distingos en esa historia ensangrentada. ¿Se trata de la “legitimidad” de los de octubre del treinta y cuatro o de la legitimidad de los que defendieron las leyes republicanas? ¿La de los socialistas que fueron a buscar a Calvo Sotelo para meterle dos balas o la del asimismo socialista Besteiro?
 
El cabecilla de los asaltantes de Mallorca habrá considerado que, con un hombre como Zapatero en La Moncloa, es posible forzar algunas cosas, saltarse algunas normas. Y se habrá reafirmado al ver que las fuerzas de seguridad no se lo impedían. En fin, si se empeñan en seguir mirando hacia atrás con ira, no pierdan de vista que sus nombres –Esquerra, PSOE- son demasiado explícitos.

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