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CiU ha vuelto a hacer un guiño al pequeño comercio recordando su oposición a la libertad de horarios. Sus líderes deben de considerar rentable electoralmente juguetear otra vez con un asunto en el que subyace básicamente el miedo de los que no están dispuestos a que nada se mueva a su alrededor.

Negarse a aceptar los cambios en el entorno es la peor actitud que una empresa puede adoptar en tiempos como los presentes. Una de las analogías más fructíferas del management estratégico es la que compara la empresa con un organismo vivo. En ambos casos se trata de sistemas abiertos y en permanente adaptación a las turbulencias del entorno, sistemas que no se caracterizan por lo que son sino por lo que hacen. Y los atributos clave de competitividad en el nuevo paradigma son la flexibilidad, la rapidez, el aprendizaje continuo y la capacidad de anticipación o adaptación a nuevas condiciones. Es decir, lo contrario de quienes pretenden que el poder público aísle, por vía coercitiva, su sector del resto de la realidad.

CiU ha justificado el mantenimiento de las limitaciones a la apertura dominical apelando a la defensa de la familia. Salvo que su modelo sea la familia Trapp, de “Sonrisas y lágrimas”, que dedica el domingo a corretear de la mano por la montaña, ¿cómo es posible negar que la mejor defensa de la familia consiste en no obstaculizar sus oportunidades de prosperar?

El fenómeno socio-económico más relevante de las últimas décadas ha sido la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral, que, como es obvio, dobla potencialmente la población activa. Los altos índices de paro en Europa son el resultado de la combinación de ese fenómeno con las rigideces de las legislaciones laborales. En la liberalización de los horarios comerciales hay una oportunidad a la altura del desafío. Pero las consideraciones técnicas chocan con argumentos de base irracional, porque, como hemos apuntado, lo que en realidad se dirime en este debate es el tratamiento que debe darse al miedo.

Naturalmente habrá comercios que tendrán que cerrar, es absurdo negarlo, pero serán aquellos que no estén dispuestos a innovar, a especializarse o a cultivar una excelencia tal que reduzca o elimine el impacto de las nuevas formas de competencia. Siempre es triste que un negocio cierre, pero ¿por qué es más solidario mantener la posición del que se resiste a adaptarse que dar una oportunidad a quienes se han formado más, están más dispuestos a arriesgar, se han puesto más al día o son capaces de personalizar más su oferta?

La liberalización de horarios comerciales es una oportunidad de oro para los emprendedores, una invitación a que agucen su imaginación, animen los intercambios, promuevan la diversificación de la oferta, diseñen nuevos servicios. Todo esto, unido a la necesidad de contratar nuevos turnos, dibuja un claro círculo virtuoso. Los efectos no sólo son benéficos uno por uno, sino que además son sinérgicos: más empleo, más consumo y perfeccionamiento de los servicios en la línea de máxima adaptación a las necesidades del consumidor. Hablamos, en primera instancia, de ese consumidor urbano, exigente, informado, con pautas de estilo de vida que le impiden respirar a pleno pulmón en sociedades tan reglamentistas como la que CiU desearía mantener.

En Libre Mercado

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