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Juan Carlos Girauta

Extraño

Extraño hispano que vive y celebra la vida en España, extraña víctima sin opciones, pues nada querían de él –no le robaron– más que su sangre, extraño inmigrante atacado al lado de un parlamento que sufre una grave sugestión colectiva

Una de esas bandas crípticas, sobre cuyos intríngulis peroran decenas visitantes de platós expertos en nada, ha vuelto a actuar en Barcelona. Al “rito iniciático” de unos supuestos reyes latinos se debería el apuñalamiento de un joven de dieciocho años que, tras la verbena de San Juan, esperaba el autobús junto al Parque de la Ciudadela. Doble, triplemente extraño se ha debido sentir, alojando el acero, el hombre al que la prensa identifica por el gentilicio: ecuatoriano. Extraño hispano que vive y celebra la vida en España, extraña víctima sin opciones, pues nada querían de él –no le robaron– más que su sangre, extraño inmigrante atacado al lado de un parlamento que sufre una grave sugestión colectiva, que confunde la sociedad donde unos hombres apuñalan o otros hombres –por el modo de vestir, sin motivo, por jugar, por que estaban ahí, por iniciarse–, con un sujeto fantasmal que gimotea desde los libros. La verdadera víctima, ante la cual las demás se desvanecen. Ser que desde ningún sitio y desde nunca demanda mayor autogobierno como cuestión de vida o muerte. Y ni la vida ni la muerte son lo mismo al otro lado de la verja del Parque de la Ciudadela.
 
Dos días después de que la víctima se cruzara con su destino, la Generalitat organizó una serie de conferencias sobre las bandas latinoamericanas. Podrían organizar otro ciclo para reflexionar sobre los porteros de discoteca que arrojan seres humanos al mar tras patearlos en el suelo. Se supo que hay dos mil miembros de bandas hispanas en Barcelona, y un señor antropólogo de la Universidad de Lérida dijo cosas notables que merecen un punto y aparte.
 
Dijo que hay que “desdramatizar” el conflicto, formidable muestra de optimismo o voluntarismo que será de gran ayuda para los adolescentes muertos, los jóvenes lanzados a las aguas, el chaval que regresaba de la verbena y atravesó el metal. Recuerdo a Tierno Galván, aquel farsante de los porros que llamaba John Lennox a John Lennon, diciéndole a la cámara “no dramaticemos, no dramaticemos” junto a decenas de cadáveres carbonizados tras el incendio pavoroso de una discoteca madrileña.
 
El antropólogo de Lérida propugna “un espacio de participación” para los inmigrantes jóvenes. Sea lo que sea esa cosa, la pide para los que apuñalan, no para los apuñalados. Corona su análisis vacuo con esto: “el miedo es la primera causa de la violencia”. Habrá oído a Peter Gabriel:Fear, she is the mother of violence. Amonesta a los medios por la imagen que ofrecen de las bandas. Preferirá este tratamiento: un ecuatoriano sin banda se interpone en el espacio de participación de unos jóvenes que celebraban un rito iniciático, provocando con su miedo la violencia de una faca que pasaba por allí.

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