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Juan Carlos Girauta

Golpistas nos acusan de golpistas

A partir de ahora, hasta el más lelo sabe que cuando se acusa al PP de ultraderechismo o golpismo sólo hay una intención propagandística, sectaria, falsaria y liberticida de estigmatizarlo como preámbulo a una canallada suicida: expulsarlo del sistema.

Supongamos que alguien honrado y desinformado hubiera creído al Gobierno y tomara al PP por ultraderecha. Ese alguien debería haber olvidado los años de Aznar. Sobre todo para no caer en las perplejidades de la mayoría absoluta, el abandono voluntario del poder, el entreguismo mediático (ni una televisión de ámbito nacional cubre el acto más masivo de la historia de España por la simple razón de haberlo organizado el PP).

Si ese improbable ser existe, forzosamente tiene que haber cambiado de opinión desde el sábado. Precisamente por ser honrado, no puede ignorar la lección de impecable civismo ni la simbología intachable, exhibición con la que el resto de partidos –enredados en sus tricolores, hoces, martillos y estelades– no pueden ni soñar.

Si quedaba alguien a quien mereciera la pena responder, ya no está ahí. A partir de ahora, hasta el más lelo sabe que cuando se acusa al PP de ultraderechismo o golpismo sólo hay una intención propagandística, sectaria, falsaria y liberticida de estigmatizarlo como preámbulo a una canallada suicida: expulsarlo del sistema.

Sepan Rodríguez y Blanco, Carod y Puigcercós, Llamazares y Saura, que esa estrategia jamás funcionará: o la abandonan, o liquidan la paz civil. Ellos son pues –socialistas, neocomunistas y separatistas– los que amenazan la convivencia, los que "trabajan con escenarios" golpistas (por usar su jerga). Cualquier cosa cabe esperar de una alianza estratégica donde se ha colado Batasuna-ETA. En el oscuro club, los asesinos son los más sinceros y los traidores, los más peligrosos: sin los primorosos cuidados de Rodríguez, no habría ETA que valiera.

No sorprende que la ofensiva antidemocrática pase por las amenazas de Saramago, la más temible de las cuales sería leer sus obras completas; o por el deseo del malvado ágrafo Blanco de ver muertos a dos millones de manifestantes (deseo deducido y denunciado por don Federico en El Mundo y don Arcadi en su blog); o por esta definición del acto del sábado, debida a un demente incendiario de Esquerra: "Golpe de Estado". Trátase del mismo demente que vio, tras los atentados de Barajas, más méritos negociadores en la ETA que en el gobierno.

Pero lo que este columnista no esperaba es encontrar similares escupitajos en el diario que, huyendo deEl País, compra desde noviembre de 1989. Para Martínez, deEl Mundo, la masiva demostración fue un "ejercicio de demagogia rayana en la ultraderecha, protagonizado (...) por Mariano Rajoy y los suyos, que en la mejor tradición del franquismo sociológico, se apropiaron (...) de símbolos nacionales". ¿Hay algún kiosco en Barcelona donde se venda una edición no catalana de este diario liberal? Si no, se acabó. No vuelvo a pagar un euro para que me escupan.

En España

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