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Juan Carlos Girauta

Ja, je, ji, jo, ju

No se trata sólo de que en el Irak de Sadam a nadie se le ocurriera hacer una viñeta sobre él. Se trata de que en TV3, en plena democracia, los chistosos jamás hicieron sangre con Pujol ni la hacen hoy con Maragall

Aprovechando una excepción jurídica y moral que sólo existe en la cultura occidental, los humoristas explotan su patente de corso. De acuerdo con un perverso mecanismo, enfocarán el lado ridículo de los poderosos justo en la medida en que estos se lo permitan. No se trata sólo de que en el Irak de Sadam a nadie se le ocurriera hacer una viñeta sobre él. Se trata de que en TV3, en plena democracia, los chistosos jamás hicieron sangre con Pujol ni la hacen hoy con Maragall. Los imitarán, sacarán punta a aspectos peculiares de su personalidad, pero no los crucificarán, no les atribuirán intenciones malvadas ni una intrínseca estupidez, ni harán paralelismos indignos entre su persona y los insectos o los monos. Eso se lo reservan a Aznar y a los suyos. Y a Bush. Es decir, a los que con toda seguridad ni iban ni van a tomar represalias. Así, el poderoso que más respete la libertad de expresión será siempre el menos respetado por el humorista.
 
La escuela catalana, hoy al frente del sindicato español de la risa guionizada, es de una cobardía sin parangón. El inadvertido creerá lo contrario al ver cómo se pasan una bandera española por las partes o simulan la muerte a golpes de un Aznar convertido en mosca. Lo arriesgado, claro, sería pasarse por ahí la bandera catalana o usar un matamoscas con Carod hasta que deje de moverse.
 
Peor que su cobardía es que no tienen gracia. Reconocemos por pura convención la tenue capa de parodia con que cubren su propaganda de saldo. Pero la falta de ironía y de sorpresa del humor político español es generalizada. Descarnados y prejuiciosos, los impunes incurren en el mismo tipo de inmoralidad que sus peores predecesores europeos de los últimos ciento cincuenta años. Ayer, en El Mundo, Bush se había convertido en un simio. Con una sección de su cerebro se intentaba divertir al lector de La Vanguardia. En El Periódico de Cataluña, la viñeta de anteayer era pura y simplemente racista.
 
Los pogromos rusos y el nacionalismo etnicista finisecular tuvieron en la caricatura un arma especialmente dañina. La deshumanización del adversario político, del extranjero y, sobre todo, del judío, preparó a masas crédulas e ignorantes para justificar el asesinato o colaborar en él. Si la bestialización sistemática de Bush no les parece grave, imagínensela con su político favorito como víctima.
 
El humor político contemporáneo convierte a los adversarios democráticos en enemigos desprotegidos. Se ataca directamente su dignidad, su condición humana, su inteligencia, su fisonomía, la forma de su cabeza. Una pandilla de racistas han heredado sin saberlo la superstición de la frenología y traspasan a diario lodos los límites, recordando intensamente el tratamiento del judío que preparó el terreno para el Holocausto. No hacen ninguna gracia y disparan desde la impunidad.

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