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Lo único que me ha sugerido el discurso de ZP es un dicho catalán: d’on no n’hi ha, no en raja. Nada cabe extraer de la nada. En cuanto a Rajoy, comparto la rápida reflexión de los sagaces comentaristas de la Bitácora de LD: lamentable fue que el líder popular eludiera el debate público con el de León, librándolo de su cantado destino de regente de un concesionario de automóviles. Lo peor es que el responsable nominal de la ideíta del “bajo perfil” parece que sigue en sus trece y aconseja más de lo mismo para las europeas.
 
Tras el lamento inútil, el reconocimiento de lo que es justo. Mariano Rajoy ha estado tan claro en el tema del terrorismo, la gran cuestión, que si al final el PSOE comete todos los errores que sus actitudes del último año –y sobre todo del último mes– nos hacen temer, no será porque los formadores de opinión y la ciudadanía en general no tengan las claves adecuadas de razonamiento o no cuente con la clara formulación de los imperativos morales con que el más grave desafío de nuestra historia reciente se debe abordar.
 
“Las libertades que amenazaba y amenaza el terrorismo de ETA son las mismas libertades que el terrorismo islamista quiere aniquilar”, ha dicho al inicio de su intervención. Ha pedido el refuerzo del Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo y ha advertido contra los intentos de desvirtuarlo. Pero he aquí lo más importante: “Nunca se puede transmitir la sensación de que se toman decisiones políticas con el ánimo de evitar actos terroristas (...) porque los terroristas tomarán nota”. Cualquier estrategia contra el terrorismo debería partir de esta premisa.
 
Este es un punto crucial que exige su repetición, glosa y explicación incansable a la opinión pública. Debemos pedir a los responsables del único partido que puede hacer esta tarea que no den por descontado que se va a entender fácilmente. La verdad es que, si miramos a nuestro alrededor, encontraremos mucha gente de buena fe que no comprende, o que no está de acuerdo, con esta lógica. El temor, que todos sentimos, conduce a muchos a urgir o a comprender decisiones políticas que equivalen objetivamente a la claudicación o a la creación de condiciones de mayor vulnerabilidad al terrorismo. El PP debe insistir en esta argumentación, para lo cual, seguramente deberá alterar un posicionamiento político en esta materia demasiado emocional. Puede hacerlo porque cuenta con la fuerza moral de haberse enfrentado a los criminales con más dureza, y con más respeto a la ley, que nadie. Es ya el tiempo para la pura racionalidad, para la pedagogía estratégica, hasta que todos los ciudadanos de bien comprendan que la exposición al riesgo crece con cualquier medida que pueda ser interpretada como un signo de debilidad por los terroristas de cualquier signo o por los que extraen beneficios –también de cualquier signo- de su existencia.
 

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