Lo de este gobierno empezará a entenderse cuando los analistas añadan a su bagaje las teorías de la reducción de costes. El de Zapatero es un gobierno barato, como las compañías aéreas alternativas, como los relojes digitales coreanos y como las maletas chinas. Por eso interesa tanto a ciertos observadores extranjeros: ¿es posible que con el truco de la alianza de civilizaciones –tres palabritas, un eslogan, un lema de colegiales– pueda eludir un país objetivo de los islamistas los laberintos de la geoestrategia, los costes de mantener su sistema de valores? Y quedan embobados. Los que menos tienen que perder se suman, hipnotizados como las firmas de Dallas ante Superlópez. ¡Cuántos desvelos para algo tan fácil!
Los costes que se ahorran los gestores de España con su creativa extensión de la filosofía low cost son considerables. No hay por qué asumir la gravosa explicación pública de nuestra presencia en desdibujados campos de batalla. Bastará con simular que nuestro ejército no es tal, sino algo así como médicos sin fronteras, que no hay dilemas éticos, que preferimos morir a matar, que los tipos que nuestros helicópteros vigilan, nos aman. Que aplauden al paso de nuestros soldados. Que una misión de paz nunca es una misión de guerra. Y si muere una tripulación cuando todo va cojonudamente, siempre cabe el recurso al bono-toco-mocho, al arte del trilero jactancioso: la causa ha sido x, pero puede ser y como puede ser z (¿dónde está la sota?); lo importante no es saber por qué se muere sino que se identifiquen bien los cadáveres. Luego está el reportaje fotográfico, ¡qué guay el helicóptero en el césped! Y el presidente trazando una línea divisoria, que sólo existe en su imaginación, entre Irak y Afganistán. Y los pésames, y las dotes miméticas del hombre sin atributos. Si en la China parece un chino, hay que verlo de luto y cabizbajo en un funeral.