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Juan Carlos Girauta

La solidaridad bien entendida

Cuando el PP dejó el poder en 2004, el presupuesto de la Generalitat era superior en más de un billón de pesetas al de 1996, y el valor de los impuestos que gestionaba era seis veces mayor

Inútil demoscopia. Antes de las elecciones autonómicas se supo del nulo interés de los catalanes por nuevo estatut, en el que centraban sus campañas todos los partidos salvo el PPC. Piqué tenía motivos para creer que su defensa del vigente le beneficiaba. Pero no. El modelo de financiación que el tripartito no soporta es el que funcionó durante el felipismo sin que el PSC dijera esta boca es mía. CiU, que hoy se desmarca del proyecto por parecerle demasiado light, nada hizo para cambiarlo. El conseller Huguet, de ERC, alma del nuevo proyecto, sostiene que el déficit fiscal de Cataluña se disparó en 1993, gobernando el PSOE. Jamás en época de Felipe González recibió Cataluña inversiones del Estado que se acercaran a su cuota de población; con Aznar se superó.
 
Cuando el PP dejó el poder en 2004, el presupuesto de la Generalitat era superior en más de un billón de pesetas al de 1996, y el valor de los impuestos que gestionaba era seis veces mayor. Nada de eso se tiene en cuenta porque la reivindicación ha dejado de ser cuantitativa: se trata de cambiar el modelo, la filosofía, los principios. Escribe Huguet en el Avui del 1 de mayo: ”ERC ha conseguido una propuesta de modelo de financiación que satisface los principios de transparencia, bilateralidad y soberanía.” Hay que agradecerle la claridad; ya no hay dudas sobre el impulsor de la propuesta, ni sobre su trasfondo. Cae Huguet en connotaciones bélicas: “Con el acuerdo, el posicionamiento de Cataluña se sitúa a menos distancia de la victoria”. Pero si hay victoria, hay vencidos.
 
El hombre del que ERC ha conseguido su aproximación a la victoria es Maragall, que la asume como propia. Y luego está Montilla, ficha que se tumba en Barcelona para que caiga en Madrid. Cuando el impulso originado por el independentismo catalán tenga que derribar la última, quizá la encuentren tumbada, sesteando, desentendida del juego, de las victorias y de las derrotas, rendida a priori, desde que se comprometió a aceptar sin más el estatut que enviara el Parlament. Montilla hace sin embargo su trabajo, no vaya a ser que alguien levante a Zapatero y lo apuntale. Es tarea del ministro colocar el producto republicano con otro envoltorio: “...respeta las reglas del juego”; “...es útil para el conjunto de las comunidades autónomas”.
 
El 44 % de los catalanes cree que Cataluña es una región; el 21 % cree que es una nación (Instituto Noxa,La Vanguardia). Millones de catalanes son andaluces o extremeños de segunda y tercera generación. Tienen hermanos, padres, abuelos, tíos, primos y sobrinos en el sur de España. Y son masivamente votantes del PSC. Sin la llegada de otros españoles durante el siglo XX, Cataluña tendría 2’6 millones de habitantes (Centro de Estudios Demográficos de Cataluña). Si el nuevo modelo de financiación es insolidario, ellos lo acusarán, lo denunciarán, presionarán a Maragall... ¿O no? Pues claro que no. En este pliegue de la lógica radica todo. Y si ellos no envían su mensaje, yo tampoco. Inútil demoscopia.

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